Nombre completo: Elisa María
Avelina Carrió
Fecha de nacimiento: 26 de
diciembre de 1956
“Lilita” Carrió es oriunda de la
ciudad de Resistencia, provincia del Chaco. Allí cursó la carrera de Abogacía y
fue luego profesora de Derecho Constitucional y Derecho Político.
Durante el llamado Proceso de
Reorganización Nacional (nombre que la última dictadura cívico-militar dio a su
programa de cambio de paradigma económico y exterminio de minorías), fue
funcionaria judicial: sin haberse aún recibido, el general Antonio Serrano, interventor
de la provincia y amigo de Jorge Rafael Videla, la designó Fiscal de Estado. En
1980, durante la presidencia del genocida Roberto Eduardo Viola, fue nombrada
Secretaria del Tribunal Superior de Justicia chaqueño. De este período,
reiteradamente se ha reprochado a Carrió no haber intervenido con eficacia en
la investigación de delitos de lesa humanidad cometidos por las autoridades de
facto, como la desaparición forzada de personas en el ámbito de su jurisdicción
y, en especial, la llamada “Masacre de Margarita Belén”, ocurrida en diciembre
de 1976, que integró las acusaciones del Juicio a las Juntas en 1985.
Otras noticias, nunca finalmente
corroboradas, la vinculan con el tráfico de niños en la provincia: su primo,
Alejandro Carrió, fue abogado de los hijos apropiados de Hernestina Herrera de
Noble, que se oponían a la determinación judicial de su carácter de hijos de
desaparecidos. Estas operaciones de secuestro y entrega de menores, según
algunas versiones, la emparentan con el actual referente del Grupo Clarín
Héctor Magnetto, cuyos hijos adoptivos habrían sido “conseguidos” por Lilita,
según comentara en un programa radial José Pirillo, ex director del periódico
La Razón.
Quizás sus vínculos con el poder
militar de entonces provinieran de su tía paterna, Nélida Avelina Carrió,
casada con el teniente coronel Héctor Rodolfo Porma Ormaechea, jefe de
Regimiento en el Chaco durante la dictadura.
Lilita Carrió saltó a la escena
política en el año 1994, cuando por gestiones de su padre –un conocido radical
de su provincia- y del propio Raúl Alfonsín, logró ingresar en las listas para Convencional
Constituyente.
A partir de entonces, Carrió
ocupó un espacio destacado en la vida institucional y, sobre todo, en el afecto
de un sector a quien cuadraban sus participaciones y manifestaciones efusivas,
siempre cruzadas por la idea de “honestidad” y de denuncia de actos vulneratorios
de la virtud pública. Entre 1995 y 1999 fue diputada nacional por la Unión
Cívica Radical; renovó este cargo hasta 2003, esta vez por la Alianza que
llevaría a Fernando De la Rúa a la presidencia. Pronto, sin embargo, manifestó
diferencias insalvables con la administración delarruista, lo que la condujo a
generar una bancada propia que derivaría, en el año 2001, en la creación del
partido ARI (Argentinos por una República de Iguales). Por esta lista, Carrió
se postuló en las elecciones presidenciales de 2003 y obtuvo el quinto lugar,
con el 14 % de los votos. El porcentaje creció a 23 puntos luego de los
comicios del año 2007: la entonces Coalición Cívica ARI, que la llevaba como
candidata a presidenta de la Nación, quedó en la segunda posición, con la mitad
de votos respecto de Cristina Fernández de Kirchner. Continuó como Diputada
hasta el año 2007 y luego fue electa para el período 2009-2013 por un espacio
llamado “Acuerdo Cívico y Social”.
Carrió se presentó como candidata
a presidenta nuevamente en el año 2011: salió última, con poco menos del 2 % de
los sufragios. Fue, sin embargo, otra vez diputada electa en el año 2013,
dentro de una coalición de centroizquierda denominada “UNEN”.
Durante los primeros años de su exhibición
en el ámbito público, una clase media identificada simbólicamente con el desempeño
de conductas por el camino de lo moralmente correcto le dispensó su simpatía.
Es que Lilita, a la par de ostentar una impronta de firme conducción por la
vida, denotaba un perfil de templanza en la lucha desigual contra las prácticas
de corrupción enquistadas en el poder. Hacia principios de los años 2000, labró
una fuerte imagen positiva a través de acciones que trasuntaban un apego
incondicional a valores universales.
En esta dirección, sus cada vez
más adherentes la vieron promover audaces acciones de puesta en ejercicio de la
legalidad profunda, como su trabajo para lograr la destitución de los jueces de
la Corte Suprema de los años 90, sus denuncias contra Mauricio Macri por delitos
y desfalcos cometidos contra el Estado, sus constantes renuncias a los espacios
políticos que la incluían por discrepancias éticas con alguno de sus miembros,
su actitud de renunciar a la banca en el año 2007 para ser sometida a un juicio
por calumnias e injurias del que finalmente resultó victoriosa y el
mantenimiento permanente de una postura que, con vinculaciones en el dogma
católico apostólico romano y en la libre elección humana del camino del bien,
sugería su rol de “azote de la corrupción”.
Luego del pico de popularidad que
la llevara a seriamente plantearse la eventualidad de ser elegida presidenta de
la Nación en el año 2007, Carrió cayó en la estima de esa misma clase media que
la había entronizado pocos años antes. Durante el llamado “conflicto del campo”
de 2008, Lilita apoyó fuertemente a los sectores oligárquicos y desplegó su
primera teoría conspirativa que involucraba al matrimonio Kirchner: según su
versión, la necesidad de establecer las retenciones móviles provenía de la
ejecución de un plan criminal kirchnerista, que incluía el robo de dinero de
las arcas públicas y su extracción del país a través de “valijeros”.
Desde esta marcada posición,
Carrió se propuso reconquistar las posibilidades de poder que alguna vez había
podido vislumbrar y, efectivamente, integrar espacios de concreta incidencia en
la más alta política nacional.
Si bien su futuro se había visto
de alguna manera apagado por aquel magro resultado de 2011, tan sólo un año más
tarde el poder real, fuertemente interpelado por el kirchnerismo a favor de la
implementación de políticas de corte nacional y popular, decidió también
hacerse nuevamente del poder formal. Para ello, implementó una campaña de
penetración psicológica que exigía una enorme gravitación emocional: Lilita
Carrió, por las excentricidades evidenciadas durante las puestas en tinglado de
su fortaleza de carácter, resultaba un elemento sumamente aprovechable al fin
de poner en marcha la maquinaria sugestiva que llevaría a Mauricio Macri a la
presidencia.
En sintonía con la propagación de
una megalomanía mediática nunca antes vista, la diputada cumplió la función de
dar fe de las imputaciones diarias que recibían Cristina Fernández de Kirchner
y su entorno; como así también de avivar con fuego pasional e histriónico cada
uno de los logros de persuasión que el macrismo iba consiguiendo a través del
estímulo subjetivo comunicacional.
Desde fines del año 2012,
entonces, Carrió comenzó a desandar el camino hacia su participación efectiva
en el escenario de la derecha. Como primer paso, abandonó la alianza
progresista UNEN, en disidencia con una mayoría que no aceptaba su propuesta de
unirse al macrismo.
Durante este período, el
despliegue de la andanada mediática -apartada de toda vocación ética- la tuvo
como protagonista del desarrollo de un desvergonzado sendero de construcción de
irrealidad, proyectos a los que Lilita Carrió aportó su apego por el dislate y
una enorme capacidad de ejercicio de lo que sin dudas podría calificarse como
un sucedáneo de la insania.
En su carácter de herramienta de
expansión de los métodos científicos de embelesamiento aportados por el
duranbarbismo contratado, Carrió ha sido
una de las voceras de la vulgarización de enormidades evidentes y hasta
grotescas que, no obstante, terminaron calando la estructura de millones que venían
esperando por décadas un espacio legitimante de su miseria espiritual. Lilita, por
ejemplo, impulsó la idea de que, independientemente de lo que dijera el Código
Penal, el gobierno de Cristina Fernández popularmente elegido conformaba una
asociación ilícita que enterraba el producido de sus fechorías en enormes
campos de la estepa patagónica, también previamente robados al Estado. Sostuvo
que los hijos de la entonces presidenta integraban este concierto criminal
desde el mismo momento en que Néstor Kirchner había asumido su mandato: sus
partidarios no advirtieron –ni, captada su voluntad, quisieron advertir con
posterioridad- que la niña menor del matrimonio tenía por entonces 13 años.
Sin revelar el origen de sus
informaciones, en programas de apariencia periodística afines al régimen Lilita
aventuró que los Kirchner habían obtenido unos 14.000 millones de dólares
durante sus años de gestión, producto de cobrar dádivas equivalentes al 15 %
del monto de cada impuro negocio; que el empresario Lázaro Báez es un “perro
leal” de Néstor Kirchner dueño de “un emporio en EE. UU.”; que todas las
corridas cambiarias ocurridas desde el 2003 hasta el presente fueron producto
de manipulaciones por parte de agentes kirchneristas, de temores del mercado
por las decisiones que Cristina pudiera tomar cuando era presidenta o bien del
pánico de los operadores por que volviera a instaurarse el “populismo”; que el
kirchnerismo fraguaba golpes de Estado a la sombra y que el país saldría
adelante “si la clase media y media alta dejaran más propinas”.
Elisa, además, instaló la idea de
que el joven Santiago Maldonado, asesinado por acciones de terrorismo de
Estado, se había en verdad suicidado. Dijo luego que existía “un 20 % de probabilidades
de que se encuentre en Chile”. Cuando su cadáver finalmente apareció en un
estado de descomposición que no se correspondía con la cantidad de días que
estuvo desaparecido, aventuró que se había mantenido congelado en el río, “como
Walt Disney”. En una entrevista con Jorge Lanata, minimizó el homicidio
afirmando que “hay una aspiración a lo necrológico” y que “parece que tenés que
tener muertos para ser argentino”. Entendió, en definitiva, que todo el Caso
Maldonado era una invención kirchnerista, lo que constituía algo “perverso,
infrahumano y delictivo”. Durante una declaración, alegó que a Santiago “lo
mató el gobierno”; más tarde, pidió disculpas y aclaró que se estaba refiriendo
al fiscal Nisman y al gobierno de Cristina Fernández. Defendió, también, la
hipótesis de una mancomunión violenta entre pueblos originarios argentinos y
chilenos.
Sostuvo, por otra parte, que
Cristina Fernández realizaba viajes a Cuba para ponerse en contacto en forma
secreta con agentes rusos, ya que “Putin está trabajando para el
kirchnerismo”. Los fines últimos perseguidos por la ex presidenta serían, según
sus dichos, “sostener la dictadura de Maduro en Venezuela” e “instaurar una
dictadura como la de Maduro en la Argentina”. Afirmó, en otra ocasión, que
Argentina se encaminaba a tener los mismos niveles de narcotráfico que México y
Colombia, como así también los de
“Venezuela y Cuba”.
Durante los debates por la institución
del aborto legal, seguro y gratuito, se opuso a la sanción de la ley asegurando
que, en épocas pasadas, "era un
orgullo entregarle la virginidad a un obispo. Entonces, si después [la víctima]
puede abortar, la verdad es que queda impune el delito".
Al producirse la derrota
electoral de Cambiemos en agosto de 2019, Lilita sostuvo que hubo fraude por
alteraciones provocadas por “patotas kirchneristas” durante el escrutinio en
los locales escolares. Sin embargo, el recuento definitivo realizado ante representantes
de la Secretaría Electoral arrojó una diferencia aun mayor a favor de la
oposición que la calculada en el escrutinio provisorio, el día de los comicios.
Durante un acto en el que se encontraba
el propio presidente de la Nación, dijo que las elecciones se habían perdido
porque sus votantes se encontraban “esquiando” o “de vacaciones en el verano
europeo”; y advirtió: “nos van a sacar muertos de Olivos”.
Antes, cuando el candidato de
Cambiemos fue vencido en las elecciones para gobernador de la provincia de
Córdoba, Elisa invitó a pensar: “Lo que todo Córdoba tiene que plantearse es
quién maneja la droga a partir de ahora”. Esta línea de terror toxicómano
también apareció en sus opiniones respecto de las elecciones en Santa Fe:
“Votar a Bonfatti es votar a Los Monos” (una conocida banda de
narcotraficantes). Con doce años de retraso, denunció también fraude en las
elecciones que perdió contra Cristina Fernández en 2007.
La lista de desmesuras y barbaridades
que la tuvieron por ejecutora es tan sumamente extensa, que su total
compilación resulta prácticamente imposible.
Promotora febril y compulsiva de
acciones penales contra personas de todo signo, está convencida de que su
misión es la de dar impulso inicial al proceso, aunque carezca de pruebas, pues
es al órgano judicial a quien corresponde la averiguación de la verdad.
Siguiendo este norte, ha denunciado a ministros, legisladores, empresarios,
jueces, presidentes, concejales, fiscales, gobernadores, ex funcionarios y autoridades
de todo rango, en ejercicio o no. Alguna de sus denuncias ha sido judicialmente
rechazada por “evidente sinrazón”. Cree que en Argentina hay un peligro
permanente de copamiento terrorista. Cree que sus acciones están guiadas por
Dios.
Muchas veces Carrió ha declarado
que “no tiene ideología” y que su “única preocupación” es que la Argentina se
enderece sobre la senda del bien y de la coherencia política y social. Sin
embargo, su vida pública es un rosario extremista de alianzas y cismas, de
lealtades y abandonos, de apoyo a las dictaduras y luchas por la vigencia de
los Derechos Humanos, de silencios y verborragias, de amistades con aquellos a
quienes antes había denunciado, de denuncias a quienes antes eran sus amigos,
de lógicas e irracionalidades, de realidades palpables e irrealidades
discursivas.
Si atendiéramos a las centenas de
contradicciones, desvaríos, excesos e hipótesis persecutorias que a lo largo de
su vida política ha desgranado, probablemente no habría dificultad en encuadrar
sus acciones como emergencias de una sintomatología delirante paranoide con
marcados rasgos de misticismo y un cúmulo psiquiátricamente abordable de
defensas histriónicas. Una suerte de “insana que representa peligro para sí y
para terceros”, en términos del viejo Código Civil, habida cuenta de la
violencia con que se manifiestan sus fantasías reivindicatorias y la ausencia
de valoraciones frenopáticas de censura, síntomas que la disparan a la
implementación de cientos de cursos de acción siempre desproporcionados y no
pocas veces autoinjuriantes.
No obstante estas graves notas de
aparente patologización, cruzadas por una segura vocación por el desenfreno y la
superabundancia discursiva y conductual –casi siempre exentas de toda
adecuación a tiempo y espacio- hay quienes la instituyen como cabal representante
de su estar en el mundo.
Y así, en su última candidatura a
diputada, la clase media porteña le ha renovado el timón de Ajab con el 51 % de
los votos.
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