miércoles, 25 de septiembre de 2019

"Lilita" CARRIÓ

     Nombre completo: Elisa María Avelina Carrió
     Fecha de nacimiento: 26 de diciembre de 1956

     “Lilita” Carrió es oriunda de la ciudad de Resistencia, provincia del Chaco. Allí cursó la carrera de Abogacía y fue luego profesora de Derecho Constitucional y Derecho Político.

     Durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional (nombre que la última dictadura cívico-militar dio a su programa de cambio de paradigma económico y exterminio de minorías), fue funcionaria judicial: sin haberse aún recibido, el general Antonio Serrano, interventor de la provincia y amigo de Jorge Rafael Videla, la designó Fiscal de Estado. En 1980, durante la presidencia del genocida Roberto Eduardo Viola, fue nombrada Secretaria del Tribunal Superior de Justicia chaqueño. De este período, reiteradamente se ha reprochado a Carrió no haber intervenido con eficacia en la investigación de delitos de lesa humanidad cometidos por las autoridades de facto, como la desaparición forzada de personas en el ámbito de su jurisdicción y, en especial, la llamada “Masacre de Margarita Belén”, ocurrida en diciembre de 1976, que integró las acusaciones del Juicio a las Juntas en 1985.

     Otras noticias, nunca finalmente corroboradas, la vinculan con el tráfico de niños en la provincia: su primo, Alejandro Carrió, fue abogado de los hijos apropiados de Hernestina Herrera de Noble, que se oponían a la determinación judicial de su carácter de hijos de desaparecidos. Estas operaciones de secuestro y entrega de menores, según algunas versiones, la emparentan con el actual referente del Grupo Clarín Héctor Magnetto, cuyos hijos adoptivos habrían sido “conseguidos” por Lilita, según comentara en un programa radial José Pirillo, ex director del periódico La Razón.

     Quizás sus vínculos con el poder militar de entonces provinieran de su tía paterna, Nélida Avelina Carrió, casada con el teniente coronel Héctor Rodolfo Porma Ormaechea, jefe de Regimiento en el Chaco durante la dictadura.

     Lilita Carrió saltó a la escena política en el año 1994, cuando por gestiones de su padre –un conocido radical de su provincia- y del propio Raúl Alfonsín, logró ingresar en las listas para Convencional Constituyente.

     A partir de entonces, Carrió ocupó un espacio destacado en la vida institucional y, sobre todo, en el afecto de un sector a quien cuadraban sus participaciones y manifestaciones efusivas, siempre cruzadas por la idea de “honestidad” y de denuncia de actos vulneratorios de la virtud pública. Entre 1995 y 1999 fue diputada nacional por la Unión Cívica Radical; renovó este cargo hasta 2003, esta vez por la Alianza que llevaría a Fernando De la Rúa a la presidencia. Pronto, sin embargo, manifestó diferencias insalvables con la administración delarruista, lo que la condujo a generar una bancada propia que derivaría, en el año 2001, en la creación del partido ARI (Argentinos por una República de Iguales). Por esta lista, Carrió se postuló en las elecciones presidenciales de 2003 y obtuvo el quinto lugar, con el 14 % de los votos. El porcentaje creció a 23 puntos luego de los comicios del año 2007: la entonces Coalición Cívica ARI, que la llevaba como candidata a presidenta de la Nación, quedó en la segunda posición, con la mitad de votos respecto de Cristina Fernández de Kirchner. Continuó como Diputada hasta el año 2007 y luego fue electa para el período 2009-2013 por un espacio llamado “Acuerdo Cívico y Social”.

     Carrió se presentó como candidata a presidenta nuevamente en el año 2011: salió última, con poco menos del 2 % de los sufragios. Fue, sin embargo, otra vez diputada electa en el año 2013, dentro de una coalición de centroizquierda denominada “UNEN”.

     Durante los primeros años de su exhibición en el ámbito público, una clase media identificada simbólicamente con el desempeño de conductas por el camino de lo moralmente correcto le dispensó su simpatía. Es que Lilita, a la par de ostentar una impronta de firme conducción por la vida, denotaba un perfil de templanza en la lucha desigual contra las prácticas de corrupción enquistadas en el poder. Hacia principios de los años 2000, labró una fuerte imagen positiva a través de acciones que trasuntaban un apego incondicional a valores universales.

     En esta dirección, sus cada vez más adherentes la vieron promover audaces acciones de puesta en ejercicio de la legalidad profunda, como su trabajo para lograr la destitución de los jueces de la Corte Suprema de los años 90, sus denuncias contra Mauricio Macri por delitos y desfalcos cometidos contra el Estado, sus constantes renuncias a los espacios políticos que la incluían por discrepancias éticas con alguno de sus miembros, su actitud de renunciar a la banca en el año 2007 para ser sometida a un juicio por calumnias e injurias del que finalmente resultó victoriosa y el mantenimiento permanente de una postura que, con vinculaciones en el dogma católico apostólico romano y en la libre elección humana del camino del bien, sugería su rol de “azote de la corrupción”.

     Luego del pico de popularidad que la llevara a seriamente plantearse la eventualidad de ser elegida presidenta de la Nación en el año 2007, Carrió cayó en la estima de esa misma clase media que la había entronizado pocos años antes. Durante el llamado “conflicto del campo” de 2008, Lilita apoyó fuertemente a los sectores oligárquicos y desplegó su primera teoría conspirativa que involucraba al matrimonio Kirchner: según su versión, la necesidad de establecer las retenciones móviles provenía de la ejecución de un plan criminal kirchnerista, que incluía el robo de dinero de las arcas públicas y su extracción del país a través de “valijeros”.

     Desde esta marcada posición, Carrió se propuso reconquistar las posibilidades de poder que alguna vez había podido vislumbrar y, efectivamente, integrar espacios de concreta incidencia en la más alta política nacional.

     Si bien su futuro se había visto de alguna manera apagado por aquel magro resultado de 2011, tan sólo un año más tarde el poder real, fuertemente interpelado por el kirchnerismo a favor de la implementación de políticas de corte nacional y popular, decidió también hacerse nuevamente del poder formal. Para ello, implementó una campaña de penetración psicológica que exigía una enorme gravitación emocional: Lilita Carrió, por las excentricidades evidenciadas durante las puestas en tinglado de su fortaleza de carácter, resultaba un elemento sumamente aprovechable al fin de poner en marcha la maquinaria sugestiva que llevaría a Mauricio Macri a la presidencia.

     En sintonía con la propagación de una megalomanía mediática nunca antes vista, la diputada cumplió la función de dar fe de las imputaciones diarias que recibían Cristina Fernández de Kirchner y su entorno; como así también de avivar con fuego pasional e histriónico cada uno de los logros de persuasión que el macrismo iba consiguiendo a través del estímulo subjetivo comunicacional.

     Desde fines del año 2012, entonces, Carrió comenzó a desandar el camino hacia su participación efectiva en el escenario de la derecha. Como primer paso, abandonó la alianza progresista UNEN, en disidencia con una mayoría que no aceptaba su propuesta de unirse al macrismo.

     Durante este período, el despliegue de la andanada mediática -apartada de toda vocación ética- la tuvo como protagonista del desarrollo de un desvergonzado sendero de construcción de irrealidad, proyectos a los que Lilita Carrió aportó su apego por el dislate y una enorme capacidad de ejercicio de lo que sin dudas podría calificarse como un sucedáneo de la insania.

     En su carácter de herramienta de expansión de los métodos científicos de embelesamiento aportados por el duranbarbismo contratado,  Carrió ha sido una de las voceras de la vulgarización de enormidades evidentes y hasta grotescas que, no obstante, terminaron calando la estructura de millones que venían esperando por décadas un espacio legitimante de su miseria espiritual. Lilita, por ejemplo, impulsó la idea de que, independientemente de lo que dijera el Código Penal, el gobierno de Cristina Fernández popularmente elegido conformaba una asociación ilícita que enterraba el producido de sus fechorías en enormes campos de la estepa patagónica, también previamente robados al Estado. Sostuvo que los hijos de la entonces presidenta integraban este concierto criminal desde el mismo momento en que Néstor Kirchner había asumido su mandato: sus partidarios no advirtieron –ni, captada su voluntad, quisieron advertir con posterioridad- que la niña menor del matrimonio tenía por entonces 13 años.

     Sin revelar el origen de sus informaciones, en programas de apariencia periodística afines al régimen Lilita aventuró que los Kirchner habían obtenido unos 14.000 millones de dólares durante sus años de gestión, producto de cobrar dádivas equivalentes al 15 % del monto de cada impuro negocio; que el empresario Lázaro Báez es un “perro leal” de Néstor Kirchner dueño de “un emporio en EE. UU.”; que todas las corridas cambiarias ocurridas desde el 2003 hasta el presente fueron producto de manipulaciones por parte de agentes kirchneristas, de temores del mercado por las decisiones que Cristina pudiera tomar cuando era presidenta o bien del pánico de los operadores por que volviera a instaurarse el “populismo”; que el kirchnerismo fraguaba golpes de Estado a la sombra y que el país saldría adelante “si la clase media y media alta dejaran más propinas”.

     Elisa, además, instaló la idea de que el joven Santiago Maldonado, asesinado por acciones de terrorismo de Estado, se había en verdad suicidado. Dijo luego que existía “un 20 % de probabilidades de que se encuentre en Chile”. Cuando su cadáver finalmente apareció en un estado de descomposición que no se correspondía con la cantidad de días que estuvo desaparecido, aventuró que se había mantenido congelado en el río, “como Walt Disney. En una entrevista con Jorge Lanata, minimizó el homicidio afirmando que “hay una aspiración a lo necrológico” y que “parece que tenés que tener muertos para ser argentino”. Entendió, en definitiva, que todo el Caso Maldonado era una invención kirchnerista, lo que constituía algo “perverso, infrahumano y delictivo”. Durante una declaración, alegó que a Santiago “lo mató el gobierno”; más tarde, pidió disculpas y aclaró que se estaba refiriendo al fiscal Nisman y al gobierno de Cristina Fernández. Defendió, también, la hipótesis de una mancomunión violenta entre pueblos originarios argentinos y chilenos.

     Sostuvo, por otra parte, que Cristina Fernández realizaba viajes a Cuba para ponerse en contacto en forma secreta con agentes rusos, ya que “Putin está trabajando para el kirchnerismo”. Los fines últimos perseguidos por la ex presidenta serían, según sus dichos, “sostener la dictadura de Maduro en Venezuela” e “instaurar una dictadura como la de Maduro en la Argentina”. Afirmó, en otra ocasión, que Argentina se encaminaba a tener los mismos niveles de narcotráfico que México y  Colombia, como así también los de “Venezuela y Cuba”.

     Durante los debates por la institución del aborto legal, seguro y gratuito, se opuso a la sanción de la ley asegurando que, en épocas pasadas,  "era un orgullo entregarle la virginidad a un obispo. Entonces, si después [la víctima] puede abortar, la verdad es que queda impune el delito".

     Al producirse la derrota electoral de Cambiemos en agosto de 2019, Lilita sostuvo que hubo fraude por alteraciones provocadas por “patotas kirchneristas durante el escrutinio en los locales escolares. Sin embargo, el recuento definitivo realizado ante representantes de la Secretaría Electoral arrojó una diferencia aun mayor a favor de la oposición que la calculada en el escrutinio provisorio, el día de los comicios.  Durante un acto en el que se encontraba el propio presidente de la Nación, dijo que las elecciones se habían perdido porque sus votantes se encontraban “esquiando” o “de vacaciones en el verano europeo; y advirtió: nos van a sacar muertos de Olivos.

     Antes, cuando el candidato de Cambiemos fue vencido en las elecciones para gobernador de la provincia de Córdoba, Elisa invitó a pensar: “Lo que todo Córdoba tiene que plantearse es quién maneja la droga a partir de ahora”. Esta línea de terror toxicómano también apareció en sus opiniones respecto de las elecciones en Santa Fe: “Votar a Bonfatti es votar a Los Monos” (una conocida banda de narcotraficantes). Con doce años de retraso, denunció también fraude en las elecciones que perdió contra Cristina Fernández en 2007.

     La lista de desmesuras y barbaridades que la tuvieron por ejecutora es tan sumamente extensa, que su total compilación resulta prácticamente imposible.

     Promotora febril y compulsiva de acciones penales contra personas de todo signo, está convencida de que su misión es la de dar impulso inicial al proceso, aunque carezca de pruebas, pues es al órgano judicial a quien corresponde la averiguación de la verdad. Siguiendo este norte, ha denunciado a ministros, legisladores, empresarios, jueces, presidentes, concejales, fiscales, gobernadores, ex funcionarios y autoridades de todo rango, en ejercicio o no. Alguna de sus denuncias ha sido judicialmente rechazada por “evidente sinrazón”. Cree que en Argentina hay un peligro permanente de copamiento terrorista. Cree que sus acciones están guiadas por Dios.

     Muchas veces Carrió ha declarado que “no tiene ideología” y que su “única preocupación” es que la Argentina se enderece sobre la senda del bien y de la coherencia política y social. Sin embargo, su vida pública es un rosario extremista de alianzas y cismas, de lealtades y abandonos, de apoyo a las dictaduras y luchas por la vigencia de los Derechos Humanos, de silencios y verborragias, de amistades con aquellos a quienes antes había denunciado, de denuncias a quienes antes eran sus amigos, de lógicas e irracionalidades, de realidades palpables e irrealidades discursivas.

     Si atendiéramos a las centenas de contradicciones, desvaríos, excesos e hipótesis persecutorias que a lo largo de su vida política ha desgranado, probablemente no habría dificultad en encuadrar sus acciones como emergencias de una sintomatología delirante paranoide con marcados rasgos de misticismo y un cúmulo psiquiátricamente abordable de defensas histriónicas. Una suerte de “insana que representa peligro para sí y para terceros”, en términos del viejo Código Civil, habida cuenta de la violencia con que se manifiestan sus fantasías reivindicatorias y la ausencia de valoraciones frenopáticas de censura, síntomas que la disparan a la implementación de cientos de cursos de acción siempre desproporcionados y no pocas veces autoinjuriantes.

     No obstante estas graves notas de aparente patologización, cruzadas por una segura vocación por el desenfreno y la superabundancia discursiva y conductual –casi siempre exentas de toda adecuación a tiempo y espacio- hay quienes la instituyen como cabal representante de su estar en el mundo.

     Y así, en su última candidatura a diputada, la clase media porteña le ha renovado el timón de Ajab con el 51 % de los votos.

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