sábado, 2 de mayo de 2020

EPÍLOGO: EL GENDARME DESCONOCIDO


Este es el Gendarme Desconocido.

El que decidió apresar a Santiago Maldonado, frágil y desarmado, para intimidar al resto, como había querido que le enseñaran.

El que lo llevó hasta el río, sabiendo lo que iba a hacer.

El que le continuó pegando mientras Santiago pedía que no le pegara más.

El que, aun sintiendo el frío del 1º de agosto, le ordenó que se metiera en el agua, con total consciencia de que la sola temperatura lo iba a matar.

El que le impidió salir mientras lo apuntaba, a pesar de sus ruegos.

El que se quedó esperando.

El que vio sus convulsiones de hipotermia y no intervino.

El que, desde la orilla, a pocos metros, vio cómo tragaba agua y cómo, en algún momento, dejó de moverse.

El que verificó que ya estaba muerto.

El que llevó el cadáver hasta la cámara frigorífica de uno de esos campos obscenos y allí lo dejó, para que no pudiera determinarse con exactitud la fecha del asesinato.

El que calló acerca de su paradero.

El que no confesó su autoría.

El que propagó versiones falsas, para que nadie encontrara el cuerpo ni se culpara del crimen a ningún “camarada”.

El que participó de rastrillajes simulados, sabiendo lo que hacía.

El que escribió informes intencionalmente falsos para la investigación judicial.

El que determinó esperar la ocasión para hacerlo “aparecer”.

El que, algunas semanas después, fue a buscar el cuerpo de Santiago adonde estaba resguardado, solamente porque se lo ordenaron.

El que cargó el cadáver salido de la heladera.

El que lo depositó en la caja del camión.

El que llevó el cuerpo congelado nuevamente hasta la vera del río, sabiendo que estaba manipulando ilegalmente el cuerpo asesinado de Santiago Maldonado.

El que le puso algunos billetes en un bolsillo y colocó su documento en otro, conociendo que ello era parte del plan criminal.

El que tuvo la idea de arrojarlo en algún sector del curso superior del río.

El que lo tiró por ahí, a la espera de que se descompusiera en el agua.

El que, pocos días después, fingió haberlo por fin encontrado.

El que defendió que se había ahogado porque quería nadar.

El que intimidó a sus familiares y contribuyó a estigmatizar a su hermano.

El que propició la idea de que Santiago Maldonado era un terrorista.

El que la difundió.

El que, en esas circunstancias, se sintió más gendarme que nunca.

El que se empoderó con la frase de encubrimiento de Patricia Bullrich: “No voy a tirar ningún gendarme por la ventana”.

El que hizo grabar esa frase en un sable y se lo regaló para homenajearla.

El que sabe que, con haber muerto a Santiago Maldonado, cometió un delito de lesa humanidad, y aun así no le importa.

El que está convencido de que la muerte de Santiago Maldonado fue un acto de servicio.

El que, habiéndose deshonrado, nos ha deshonrado.

El que nos brinda ejemplo de lo que no se debe y con ello nos conduce hacia un camino libre

de su mal y de sus fantasmas.



FIN


del


Prontuario de Gabinete

jueves, 30 de abril de 2020

Sección "Partícipes Necesarios" - Hoy: EL JUBILADO HONESTO



A Fernández le decimos, que no se hagá el vi
Vo a Fernández le decimos que... se… no haga el vivo
… … … … … … …
… … … … … … …
(piensa)
Si congela los salarios
Le salimos con el campo
Ea ea ea ea, ea ea ea é
Ea ea ea ea, ea ea ea é.
(Adulta mayor con altavoz, en marcha contra el gobierno de Alberto Fernández, diciembre de 2019).


     1.- HIJOS DE LA HISTORIA:

     El beneficio jubilatorio ordinario argentino se concede, en el régimen general, a varones desde los 65 años y a mujeres desde los 60, siempre que cuenten con treinta años de aportes al sistema de previsión social.

     Hacia el año 2012, fecha en que comenzó la campaña de sugestión colectiva pagada e impulsada por el poder real -cuya herramienta fundamental fue el macrismo- un varón jubilado bajo esos parámetros había nacido antes de 1948; y una mujer, antes de 1953. Eran a su vez fruto de una generación que había llegado al mundo, al menos, en la década de 1920; y de abuelos que habían visto iniciar el siglo XX.

     Este detalle importa aceptar un primer contexto: el Jubilado Honesto es hijo de una entremezcla que había pasado del orden conservador a la democracia yrigoyenista; de ésta al radicalismo de derecha de Alvear; de éste, al último intento adormecido de Hipólito y de allí a la Ley Marcial de Uriburu y la fraudulenta Década Infame, disputada en 1943 por el golpe de Estado cuyo fracaso condujo al peronismo, momento en que más o menos nació el jubilado captado durante la Segunda Presidencia de Cristina Fernández por la influencia televisiva y radial opositora.

     Del Justicialismo –repudiado por la clase media por evidenciarle sin discusión su carácter de obrera- el hoy Jubilado Honesto fue llevado a vivir un régimen autoritario, militarizado, censor y genocida, tan cruel y tan circense que hasta prohibió por decreto de facto la pronunciación de las palabras “Perón”, “peronismo” y afines, como así también toda referencia al “régimen depuesto”. Cuatro años más tarde, Arturo Frondizi asumió con el voto de los peronistas y habiendo pactado con el General –en el exilio- que continuaría su obra. Frondizi traicionó ese pacto; no obstante, fue depuesto por otra insurrección en 1962, luego de casi cuarenta conatos de sedición. José María Guido, simplemente, se cruzó unas cuadras desde el Congreso hasta el Palacio de Tribunales y juró como presidente de la Nación.

     En 1963, otra vez el orden institucional floreció de la mano de Arturo Illia, quien, debe decirse, había asumido un rol de espera de acontecimientos durante la llamada “Revolución Libertadora”. A pesar de su templanza y rectitud en el poder, fue depuesto en 1966 por la “Revolución Argentina”, que se desarrolló hasta 1973 y que tuvo tres presidentes simultáneamente descabezados por fragmentaciones ideológicas y disputas de poder dentro del mismo espacio “revolucionario”.

     En el 73, la política y la cultura argentinas volvieron a dar un giro demoledor: regresó el peronismo. De un día al otro la cosa tomó el camino contrario: el régimen militar entregó el cetro a Héctor Cámpora, quien, en cabal ejercicio de la lealtad, convocó a nuevas elecciones para que la fórmula Juan Perón – María Estela Martínez de Perón se llevara más del 60 % de los sufragios. El país volvía a ser peronista; y, dados tales guarismos, más peronista que nunca jamás.

     Juan Domingo sobrevivió poco menos de nueve meses a su asunción. María Estela Martínez, su vicepresidenta, quedó al mando. A pesar del guiño popular a la candidatura, rápidamente el empeoramiento de las condiciones económicas, las presiones norteamericanas –consecuencia del plan de “contención de la expansión comunista” en Latinoamérica a través de la imposición de gobiernos militares- y las disputas de poder dentro del mismo peronismo, sumadas a la notoria inhabilidad de la viuda para la cuestión pública, degradaron el crédito del nuevo gobierno.

     Por entonces, acuñado ya el concepto de “subversión”, el propio Estado había declarado “ilegal y terrorista” a la organización Montoneros y a otros grupos, que pasaron a la clandestinidad. Además, les había comenzado a dirigir acciones de… terrorismo de Estado. La crisis económica se disparó con el descolocado Rodrigazo de 1975, que generó una inflación sólo comparable con la de la Alemania pre-nazi. En alguna Historia de la Clase Media Argentina se destaca el testimonio de alguien que cuenta haber escuchado: “Cualquier cosa, con tal de que se vaya esa hija de puta”.

     Pues la fantasía se cumplió. El 24 de marzo de 1976, una facción militar insurrecta derrocó a la mandataria constitucional. Todos los conceptos de librepensamiento democrático fueron depuestos a favor de la entronización de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que impuso la obligación de seguir los principios del estilo Occidental y Cristiano, la inmovilidad ciudadana y la obturación blindada del principio de inocencia. Censura, violencia institucional, abusos policiales, acciones paramilitares y parapoliciales sobre la población civil y entrega del patrimonio nacional al capital extranjero, enmascarados bajo la carátula de la simbología patria y el ideal del Ser Nacional, fueron los elementos-fuerza del nuevo estado de cosas dominante.

     En aquel marco, el aparato propagandístico descerrajado contra el criterio de una clase media en vías de detonación intelectual fue, del mismo modo, feroz. Un denodado trabajo de carpintería sobre el machimbre desgastado de cada azotea no impidió, sin embargo, que la clase media continuara su derrotero tradicional de hipocresía: la frase que caracterizó la conducta de esos estratos fue “Algo habrán hecho”, moción de cobardía que se expresaba al tomar conocimiento de secuestros clandestinos, desaparición de personas o abatimientos ilegales ocurridos a vecinos, a conocidos, o a cualquiera.

     Ya avanzada esta etapa, Leopoldo Fortunato Galtieri, uno de los presidentes nombrados por el Proceso de Reorganización Nacional –tal el nombre del tumulto conspirativo- llevó a la población a condiciones de pobreza y de represión intolerables. Su impopularidad –alentada por su tendencia al consumo de alcohol- fue tal que el día 30 de marzo de 1982 se organizó una marcha a Plaza de Mayo, a pesar de encontrarse prohibido el derecho de reunión. El “pueblo”, primero secretamente, y ahora en forma explícita, lo repudiaba.

     Sin embargo, tres días después, Galtieri anunció la recuperación de las Islas Malvinas. La maraña daría un nuevo vuelco: en la misma semana, muchos de los que habían sido apaleados en la concentración del 30, vivaban ahora la Gesta. La guerra terminó en una derrota rotunda y todos –los militares también- entendieron que el Proceso había llegado a su fin. Comenzó a desandarse el regreso, otra vez, hacia todo lo contrario: la Democracia.

     Así que Raúl Alfonsín –quizás porque uno de los candidatos del peronismo quemó un ataúd con la inscripción “UCR” en un acto público- ocupó el 10 de diciembre de 1983 la Primera Magistratura y condujo a la Nación a la senda de la institucionalidad y el respeto por los Derechos Humanos. Su aceptación fue día a día en enorme alza…

     …hasta que las políticas verdaderamente republicanas comenzaron a entrar en colisión con los intereses de los grandes capitales y con el orden que tocaba a la Argentina en la división internacional del trabajo, según lo habían decidido las potencias de posguerra. Es claro que la clase media desconocía las causas, así que vivió como sólo sufrimiento las consecuencias de la inflación previa a la creación del Austral y su fracaso, y de la hiperinflación salvaje ocasionada por el golpe de mercado propinado a don Raúl en 1989. La clase media hoy jubilada, que rondaba por entonces los 40 años, consideró favorablemente la renuncia del Padre de la Democracia y su reemplazo, algunos meses antes de lo que establecía la Constitución Nacional, por un régimen que instalaría el neoliberalismo a lo largo de una década.

     Las profundidades del pensamiento democrático, el ejercicio de la memoria, las demandas de Justicia, la acentuación de los conceptos de patria y legalidad, la necesidad de formarse para crecer y hacer crecer al país en un marco de normalidad institucional y virtud pública, fueron rápidamente dejados de lado.

     Durante los años 90 se impuso el modelo de funcionamiento empresarial del Estado –que suponía la invalidación de toda actividad pública que generara déficit, como la salud, la educación, la asistencia social o incluso la política-, el desguace de lo público y soberano –que importó la concesión a capitales privados de las empresas que garantizaban la satisfacción de necesidades esenciales- y una nueva concepción del progreso fundado no en el esfuerzo colectivo, como con toda sabiduría proponía Alfonsín, sino en el mérito personal.

     La clase media, durante ese período, vivió una primavera de consumo que la llevó a conocer mecas de expansión como Florianópolis –cuyo paraje de Canasvieiras, que carecía de desagües cloacales, fue conocido como la Playa de los Argentinos- e incluso algún destino caribeño. La propaganda se centró en la exaltación de las decisiones individuales como motor del progreso: el boom editorial por excelencia fue el género auto-ayuda. Paralelamente, un proceso de captación del ingreso por parte de las empresas –que aprovecharon durante toda la década la paridad 1 a 1 entre peso y dólar- permitió que los sectores medios renovaran su vajilla e incorporaran electrodomésticos a crédito, al ritmo de la incipiente revolución tecnológica y en sintonía con lo que creían que era “el mundo”. No hubo más patria: la filosofía del mediopelo mutó a ser sublimada por otra frase que aún hoy muchos llevan como mascarón de proa de sus barcazas de inmigración: Vivir el presente.

     Ya dominada por los medios hegemónicos de comunicación –el Grupo Clarín se constituyó en 1999- la clase media fue digitada para “votar un cambio”, como en aquel momento se adjetivó al proyecto de Fernando de la Rúa. Quienes rayaban los 50 años, eligieron al radical, en contra del modelo “peronista” que los había gobernado desde 1989. Todo volvería a ser, otra vez, otra cosa.

     De la Rúa no pudo sostener el timón de su pretendida reforma, y terminó contratando al mismo ministro de Economía que había criticado durante su campaña. El resultado: la crisis más enorme vivida por país alguno en el mundo, a salvo las Guerras Mundiales y el Crack de 1929. Impulsada a la movilización por los medios hegemónicos, la clase media salió a las calles a derrocar al mismo presidente que había elegido dos años antes, sobre todo enojada porque los bancos se negaban, por resolución ministerial, a entregarles el dinero de sus cuentas. La consigna que por entonces los enardecía era un apotegma de inmadurez rabiosa y adolescente: “Que se vayan todos.

     De la Rúa renunció dejando un tendal de miseria. La Asamblea Legislativa fue nombrando, a medida que renunciaban, algunos presidentes interinos. Nuevamente volvía a interrumpirse el orden institucional, y nuevamente marchábamos hacia todo lo contrario. Eduardo Duhalde, que había PERDIDO las elecciones en 1999 contra Fernando De la Rúa, se hizo cargo del Poder Ejecutivo el 2 de enero de 2002: convocó a elecciones al año siguiente.

     En 2003, a pesar de la consigna de 2001, la clase media volvió a votar a los mismos protagonistas que ocupaban cargos de poder antes de la renuncia de De la Rúa. A fuerza de verdad, el presidente que ganó aquella elección era el que había realmente ocasionado la debacle; pero ante la inminencia de perder el balotaje, se retiró. Nadie había votado pensando en la normalización institucional, sino en la esperanza de un rebrote económico.

     Néstor Carlos Kirchner asumió la Presidencia de la Nación en 2003, con picos de aceptación que superaron el 80 %. Inició una verdadera política de corte nacional y popular. Los chacareros ricos de la oligarquía, alentados por la suba internacional del precio de los cultivos, multiplicaron sus fortunas. La clase media se vio beneficiada con la recepción real del fruto de su trabajo en una economía que, gracias a la acción de un Estado presente, crecía cada vez más. En 2007, la clase media, que no se había recuperado del todo, votó el seguimiento del proyecto en la esposa de Néstor, Cristina Fernández.

     Los medios internacionales hablaban de un “Milagro Argentino: de la miseria generalizada, la Nación había pasado a un sendero de prosperidad y distribución más equitativa de la riqueza. Cristina Fernández fue reelecta en 2011, con el 54 % de los votos.

     Pero, al igual que en 1955, los sectores del poder real –a quienes las administraciones kirchneristas habían sometido al cumplimiento de normas emanadas de la implementación de aquella política Nac & Pop- advirtieron que por medios puramente democráticos no volverían a detentar el poder formal. Entonces, despejada toda posibilidad de recurrir a la herramienta militar –en especial, porque en esta etapa del capitalismo los proyectos holísticos atentaban contra el mercado- echaron mano de las estrategias de manipulación propias de las relaciones de consumo, y pusieron en marcha una de las campañas de sugestión emocional más fenomenales de los últimos tiempos.

     El resultado: quienes habían vivido tantas frustraciones alcanzaron, por el solo hecho publicitario psico-neuronalmente diagramado y desenvuelto, la certeza de que el prolongado “verano kirchnerista” había sido otra “fiesta” que se debía volver a pagar, por exclusiva culpa de quienes la habían generado, a saber, los Kirchner y su entorno.


     2.- EL MONSTRUO ¿IRREPROCHABLE?:

     Derivación y cuarto lateral de esas convulsiones febriles que propinó la historia argentina a sus administrados es “el Jubilado Honesto. Ilusionado a través de las décadas, defraudado, más o menos patrimonializado y luego esquilmado, su único capital permanente es, precisamente, su autopercepción de honestidad.

     Parece lógico, también, que conceptos centrales como el de “justicia social” sean, para él, detonantes de un “desorden” que no hay una sola vez que no le traiga “desgracias”, traducidas en pérdidas hiperinflacionarias “a la larga” y en necesidades de reconstruirse a partir de contraejemplos muertos, revividos y que volverán a aniquilarse.

     Cualquier apelación a la franqueza impone aceptar que el escenario exige demasiada fortaleza para no degenerar. Los daños irreversibles que ese zarandeo histórico letal es capaz objetivamente de provocar sólo pueden ser enfrentados sin costo de lucidez a partir de una estructura psíquica siderúrgica, una preparación cultural impar que facilite tanto los canales del entendimiento como la predicción razonable de lo futuro, y una cierta capacidad de satisfacción de propias necesidades que diluya las eventualidades desesperadas de interpelar al sistema para sobrevivir. Condiciones, estados y objetivos que sólo excepcionalmente el mediopelo cumple -ni joven ni viejo- y mucho menos reunidos.

     Así puesto en rieles, el Jubilado Honesto agradece y mitifica la rigidez brutal de sus padres, moldeado en lo que dogmáticamente cree una manera correcta de hacer las cosas, atrapado en el egoísmo, la singularidad y el exterminio del placer. Dispensa también aplausos y adhesiones a los desvaríos extralimitados de las instituciones encargadas de “mantener el orden”, lo que asegura aventar todo riesgo de fracasos fundados en la vigencia de los derechos fundamentales. ¿Por qué no habría de abrazar al macrismo, que le asegura la puesta en marcha de esa dinámica de fuerza contra fuerza?

     ¿Cómo exigirle virtud pública, si quiere creer, por todo lo que le pasó y sin otra enciclopedia que la de sus errores de inmigración, que la democracia fue el virus de su enfermedad?

     ¿Cómo enseñarle que los derechos no son formas del libertinaje, si cada vez que los ejerció terminó castigado?

     ¿Cómo asegurarle que el reconocimiento de la dignidad no terminará en el terror y en la miseria actual o inminente?

     ¿A santo de qué, entonces, pedirle a esa miríada de indignados de la tercera edad que critique a un gobierno que le recortó obscenamente el valor de cambio de sus haberes, que le hizo pagar los medicamentos bajo pena de morirse, que para cubrir su salud y su alimentación la obligó a tomar créditos a tasas usurarias impuestas por el mismo Estado, que despidió personal médico de los establecimientos públicos, que desfinanció la ANSeS y que vendió a precio vil los activos del Fondo de Garantía de Sustentabilidad, genial creación que aseguraba el pago de toda jubilación y pensión aun en tiempos de depresión económica?

     ¿De verdad nos parece que su razón se iluminará si le explicamos que la fórmula de actualización de sus ingresos era más beneficiosa con la “Ley de Cristina” que con la “Reforma Previsional” de Macri?

     Si apoyó esa Reforma porque “Prefiero ganar un poco menos, antes que seguir manteniendo vagos”, ¿qué hace el Hombre Mortero queriendo defender a… quién?

     Todo el sector de jubilados perdió con Macri el 50 % de su capacidad de compra de medicamentos. No sólo porque la jubilación mínima pasó de más de 400 dólares en 2015 a poco menos de 220 en diciembre de 2019; a la par, el aumento promedio de los productos farmacéuticos en los cuatro años fue del 455 %. Bien: ¿qué hacer con quien, desde su frustración con los mecanismos de la democracia y a partir de sus condicionamientos culturales, se ha convencido de que “si me alcanza para comprar, compro; y si no, no compro, como debe ser”?

     Más derechos es, en esta visión, más problemas. A nivel “macro”, más derechos para todos es aumentar la posibilidad de más problemas para esos todos; y a la vez multiplicar sideralmente la posibilidad de más problemas para mí.

     Por eso, pues, porque GARANTIZABA la pérdida de lo que no se volvería a perder (ya que no se volvería a ganar), la intención de voto a Mauricio Macri entre personas mayores de 65 años fue, según las encuestas de 2019, cercana e incluso mayor al 50 %. Las “Marchas del Millón” convocadas por el macrismo luego de la derrota de agosto arrearon a decenas de miles de jubilados, en “lucha por la República” y con consignas de apoyo a un exterminio que, paradójicamente, los incluiría.


     3.- LA CONTRAPARTIDA:

     Al Jubilado Honesto de Televisor se opone una loable franja de trabajadores pasivos que ha presentado batalla durante los cuatro años del macrismo. Muchos, en este período, y a pesar de las soledades de la vejez, han preferido perder amigos, relaciones e incluso parientes, incapaces de diálogo en un marco de sociedad fragmentada por el bombardeo mercadotécnico impulsado por el poder real.

     Trabajadores pasivos cuya dignidad los llevaba a vencer las barreras del prejuicio, y a levantar consignas de derribo de un sistema insano apoyado por patologizados y actuado por perversos. Jubilados que, en pleno embobamiento de sus congéneres con el orden obsceno que desplegaron los hacedores de la miseria, se enfrentaron al “qué dirán” y restaron horas de su justo descanso para alzar la bandera de la lucha virtuosa por los altos ideales que demanda la Justicia Social.

     Esa lucha y esos luchadores nos honran, porque han actuado en inferioridad de fuerzas contra un orden monumental y despiadado, sin seguridades de victoria, pero a sabiendas de que sus eventuales triunfos beneficiarían incluso a quienes los desprecian.

     Esa lucha y esos luchadores son, a no dudarlo, formas de la dignidad, emergencias del verdadero amor, ejemplos superiores del dar la vida por una sociedad más justa, que es, en definitiva, el ejercicio de la elevada misión de dar la vida por el otro.


     4.- FINALE:

     El personaje que compró la autopercepción de “honestidad” en las radiotelevisaciones macristas, carente de vergüenza social, desprovisto de solidaridad, hablador infundado, estigmatizador consuetudinario y propiciador de las más criminales y absurdas tiranías, genuflexo ante los poderes más inmorales y organizador de vituperios contra una democracia que lo ha excedido en posibilidades, debe rendir tributo de vergüenza ante quienes se abstienen de publicitar su real honestidad y la detentan y ejercen sin más prédica que sus actos.

     En carácter de cómplice digitado por los ideólogos del plan de perversión patologizante más importante desde el regreso de la Democracia, integra este Prontuario el Jubilado Falsamente Honesto aplaudidor del exterminio de sus iguales, chillador de panza llena, tirano sin contexto, egoísta estructural, mentor de lo malo, bufón de su propia trascendencia.