Nombre completo: María Susana
GIMÉNEZ AUBERT
Fecha de nacimiento: 29 de enero
de 1944
Susana Giménez podría haber
pasado al imaginario como una enorme actriz, como una femme fatal, como una vedette ineludible que preside los cielos de la revista deluxe, como una
artista de culto y también una deidad popular; como una personalidad,
finalmente, que comulga talento y empatía a través de todos los estratos de un
entramado cultural histórico. Descolló en la actuación (cine, televisión, teatro),
editó dos discos (uno de ellos, Disco de Oro en 1990), escribió un libro, editó
una revista, promocionó dos marcas de perfume. A mediados de la década de 1980,
su figura apareció en una muñeca del estilo “Barbie”. Es imagen de dos
emisiones de estampillas. A los 41 años, fue tapa y protagonista de desnudos de
Playboy Argentina, cubierta de un millón de dólares en joyas. Trabajó con todos
los íconos populares de su tiempo y despertó siempre admiraciones y
reconocimientos. Ninguna de sus presencias y proyectos, en más de 50 años de
carrera, ha sido un fracaso. A esta altura, parece una verdad de Perogrullo
afirmar que es una de las enormes divas del espectáculo argentino, un sitial
reservado sólo a un puñado de elegidos.
A pesar de nunca haber sido pobre,
Susana es captada por la clase media aspiracional como un paradigma de ascenso
social por propios méritos. Si algo la diferencia de la talentosa, verborrágica
e intelectualmente dotada Moria Casán es su capacidad mayorista de hacer
dinero, a la que ha sumado desde siempre una vocación de alternancia con las
figuras más encumbradas de todos los ámbitos en que ha interactuado.
La identificación completa y
final de los sectores bajos y medios con la figura de Susana Giménez experimentó
un punto de no retorno durante la década de 1990, cuando su programa de juegos
y variedades “Hola Susana” (una especie de reproducción franquiciada del
“Pronto Rafaella” peninsular), que venía emitiéndose desde 1987, ofreció, de
pronto, recompensas de hasta un millón de pesos. El ciclo televisivo obtuvo
rapidísima devoción entre esos sectores motivados por una ilusión de
pertenencia que veían proyectada en los escenarios pomposos, en los vestidos de
la protagonista y en las formas de la suntuosidad y la magnificencia, la profusión
de abundancias que los asalariados y pequeños cuentapropistas guardan en sus
espejismos de trascendencia. A esta masividad contribuían tanto el tono
desvergonzadamente pueril de sus modulaciones, como una decidida exhibición de
ignorancia que su platea interpretó validante de sus propias imperfecciones
formativas.
La vaporosa opinión pública
pronto olvidó las acusaciones que sobre ella pesaban de haber mantenido
relaciones con diversos militares durante el llamado “Proceso de Reorganización
Nacional”, para entregarse de lleno a su propuesta Miami y Oro: las versiones
periodísticas dan cuenta de que, cuando “Hola Susana” pasó a emitirse por la
cadena Telefé, el salario de la madama de los teléfonos llegaba, también, al
millón de dólares por mes. Como en todas las peripecias de grotesco en las que
tercian las clases medias y bajas, la verdadera ganadora fue quien revolvió el
río, aun sin que los adherentes a sus imágenes de derroche abandonaran, desde
sus estrecheces, las alucinaciones mundanas de braceo en el exceso.
En tanto, a lo largo de su camino
de afianzamiento en los vértigos del espectáculo, Susana fue desgranando cada
vez con mayor intensidad la ideología que prepondera en esas franjas de anhelos
ascendentes, que constituyen el residuo espiritual de su taquilla. En este
sentido, sus dichos propiciando el regreso del servicio militar obligatorio
“para sacar a la gente del paco y la delincuencia” fueron favorablemente
recibidos por el mismo sector protofascista que, años antes, se había
pronunciado negativamente acerca de su eventual prostitución durante los años
de corista y estrella principal del burlesque porteño. El mismo, también, que la
había tildado de “chorra y contrabandista” cuando se descubrió un aparente
intento de engaño al fisco, al haber simulado importar un automóvil para una
persona con discapacidad con el solo fin de beneficiarse con exenciones impositivas.
Sus deseos de “que vayan presos
los que tienen que ir” –una Arcadia de los sectores aspiracionales- emergieron en un pico de frenesí punitivo durante
el año 2009, cuando la actriz propuso la aplicación de la pena de muerte aun respecto
de niños expuestos al sistema penal. “¿Que son menores?”, declaró la conductora
en una entrevista, “bueno, BASTA con los menores. BASTA. Acá tienen que venir
leyes más fuertes. Y el que mata, tiene que morir. A mí no me importa lo que
estoy diciendo (si me hace mal, o si me hace bien por mi imagen). Un tipo que
mata, TIENE QUE MORIR. (…) Los menores salen MAÑANA, porque no hay cárceles, no
hay nada. Estamos en un estado de indefensión espantoso”.
En la misma ocasión, trabajó una antigua
vocación del mediopelo, desbocando el brioso caballo de la ilegalidad que los
pequeños propietarios entienden como forma razonable de la deshonestidad: “Creo
que no podemos seguir siendo tan mansos. No podemos seguir diciendo ‘uno más,
otro más, qué horror’ y no hacer nada. Porque yo creo que, si no lo hace el
gobierno, lo tenemos que hacer nosotros”.
“¡Termínenla con los derechos
humanos y las estupideces!”, vociferó la estrella, segura de su público. Y
remató: “Los derechos humanos no los tienen las víctimas. ¿Por qué los tienen
los ladrones? ¿Porque son menores?”
Rica, ostentosa y de discurso
fascista aniñado, Susana reunía las condiciones de persuasión y aptitud para
obrar de modelo terminado a los ojos de un sector mayoritario y degradado. Fue,
entonces, también designada para apuntalar la campaña de Mauricio Macri en el
año 2015 y se constituyó en uno de los principales sostenes del fenómeno
Cambiemos. Participó en la emprendida tarea mediática de penetración
psicológica y sugestión emocional que determinó el triunfo de la agrupación.
A los pocos días de haber sido
ungido presidente, Mauricio visitó el “living” de Susana Giménez para las
pantallas de todo el país y las de los macristas que, también en número preponderante,
componían los núcleos poblacionales de argentinos en el exterior. En aquella
oportunidad, en adecuado ensamble con las tendencias conductuales de la “luna
de miel” neoliberal, Susana advirtió que “no se iba a politizar” la charla con
“Mauricio”, a quien reconocía con candidez simplista y efectiva que “siempre le
dije Mau y ahora me cuesta, así que le digo Señor Presidente Mau”. Al programa,
además, concurrió su esposa, la reciente gobernadora de Buenos Aires María
Eugenia Vidal, el reelecto Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
Horacio Rodríguez Larreta y la vicepresidenta de la Nación, Marta Gabriela
Michetti. Se hallaba, también, el actor Martín Seefeld, amigo personal y
compañero de paddle de Macri. La emisión tuvo la audiencia más alta del año
para un programa de comadreo: allí, a favor de la construcción simbólica,
Susana encarnó el rol de interlocutora que sublimaba los deseos de su
audiencia, cargados de afectividad adhesiva.
A partir de entonces, las
actuaciones de Giménez armonizaron con las negaciones de una realidad crítica y
avivaron la configuración de un velo de hipocresía y superficialidad, a fin de
edificar un relato de fantasía que permitiera disipar –o directamente no
advertir- las desdichas de las prácticas macristas de vaciamiento y explotación.
El programa de entretenimientos tuvo instancias progresivas de barricada
política, esta vez disparadas desde el mangrullo del más acendrado materialismo
y la motivación artificial del abuso cortesano.
De tal modo, sus manifestaciones
se alinearon con las que en mayor medida el macrismo estructuró a fin de
estigmatizar la gestión y los funcionarios del gobierno que lo precedió: “Mauricio
Macri”, mintió en su programa, con acento elemental, “encontró un país con las
arcas vacías”. En agosto de 2017, en plena campaña electoral de medio término, confesó
por la red Twitter que “de ninguna manera voy a recibir a la ex presidenta CFK.
Sería como traicionar mis principios y mis ideas”. Articulada en vodevil
pasional por dos periodistas del canal oficialista TN, la declaración fue relevada
y comentada a tan sólo 5 minutos de haber aparecido.
Ese mismo mes prestó su programa
para reunir a Elisa Carrió, María Eugenia Vidal y Graciela Ocaña,
personalidades centrales del macrismo y del antikirchnerismo. En el espacio, como respuesta a preguntas
preordenadas, Vidal recalcó que el Gobierno "no es parte de ninguna
mafia" y que no "usa" la pobreza sino que quiere que "se
supere". Carrió, a su turno, manifestó: “Quiero justicia para esos
militares que con 80 años se están muriendo en la cárcel”, en referencia a la
propuesta de prisión domiciliaria para los genocidas de la última dictadura
cívico-militar.
En noviembre de 2018 fue
entrevistada bajo la farsa de un encuentro casual. Antes de ingresar a su
automóvil de lujo, opinó que "no fue un año muy bueno para la Argentina,
creo que tiene que pasar todo esto y tenemos que apretar el cinturón. Pagaremos
más impuestos… lo que sea… pero hay que salir". En el encuentro, sin
embargo, no sólo militó el ajuste: también reforzó la idea de proscripción del
kirchnerismo, a través de frases de contenido sumamente sensitivo: “Que se
presente para presidenta me parece un disparate. Una persona que tiene 17
causas penales no puede ser presidenta ni de un club de rugby". Nada dijo,
por entonces, de los 214 procesos que involucraban a Mauricio Macri mientras
era candidato a gobernar la Nación.
Poco tiempo después, en tren de
agitar la resaca moral de sus espectadores, dijo que "los pobres no tienen
tanto derecho como creen” y que “les hicieron creer que debían gastar mucha luz
y gas y eso va en detrimento del país”. Esta exposición iba en consonancia con
otra similar expelida por el economista adicto Javier González Fraga, quien en
mayo de 2016 había afirmado que "le hicieron creer a un empleado medio que
su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al
exterior. Eso fue una ilusión”.
Ya en el año 2019, las
posibilidades ciertas de que Cristina Fernández de Kirchner se postulara para
algún cargo electivo generaron en la conductora del programa de premios
reacciones adversas. “Le tengo miedo al populismo, al comunismo, a la zurda. Le
tengo miedo, qué querés que te diga”, declaró a medios afines al gobierno. El
asunto venía a cuento de manifestaciones recientes de Jaime Durán Barba, el propagandista
de inspiración goebbeliana contratado por Mauricio Macri, quien había afirmado
que “entre el miedo representado por Cristina y la decepción representada por
Mauricio Macri, la gente elegirá la decepción”. Así que, durante el mes de
abril, aún no definidas las candidaturas, Susana opinó: "Yo creo que va a
ganar Macri, porque la gente está enterada de todo lo que pasó. Tienen que
saber porque hubo una información constante sobre todo lo que han robado”. Y,
nuevamente, en uso de las herramientas emocionales para cuya difusión había
sido pagada, sentenció: “A mí, lo único que me molesta es que no hayan devuelto
lo que se robaron”.
Mientras tanto, esta fruición por
acicalar la percepción de Mauricio Macri con los brillos de la lisonja
pretenciosa no impidió la continuidad de ciertas prácticas discriminatorias, nutrientes
de la hoguera de ideales negativos de su público. En septiembre de 2016
entrevistó a un actor; al opinar sobre su frecuencia sexual –un espacio que
ella misma había caldeado, décadas antes, como punta de lanza de su instalación
popular- expresó que "no tiene nada de malo, le gustan las minas, peor
sería que le gusten los hombres". La cuestión generó una denuncia
intrascendente en el Instituto Nacional contra la Discriminación. Más tarde,
incursionó en los límites de la aceptada xenofobia de la época, al afirmar que
“el régimen de Maduro expulsa venezolanos hacia la Argentina” y que “gracias a
Dios, todos tienen trabajo”.
En cuanto a cuestiones
patrimoniales, los medios contrahegemónicos advirtieron que, en virtud de las
rebajas de los impuestos a la riqueza, Susana habría “ahorrado” más de 15
millones de pesos a valores de 2016, una cifra que representaría el 1 % de su
acumulación de patrimonio. En diciembre de 2017, el Tribunal Fiscal de la
Nación falló a su favor en una causa iniciada durante la presidencia de
Cristina Fernández, en la que la AFIP le reclamaba más de 2 millones de pesos:
se la acusaba de haber utilizado una empresa intermediaria con sede en Singapur
para comprar una de sus mansiones, la ubicada en Punta del Este, Uruguay. La
otra, está en Miami; hay también una tercera en Mar del Plata y una más en el
llamado “Barrio Parque” de Buenos Aires, la zona más cara de la ciudad. Según
la revista Forbes, Susana Giménez fue la argentina que más recaudó durante el
año 2013.
Personalmente, quien estas líneas
escribe padeció algún roce con una de sus admiradoras, una joven de poco más de
30 años. Ambos compartíamos un espacio ajeno en el que alguien había encendido
su programa, la noche de un domingo. Corté su embelesamiento criticando la
enorme cantidad de alhajas que en un cristalero exhibía Susana: en un número de
comedia con Antonio Gasalla, las iba sacando de a una para que los televidentes
generaran afinidad, mientras la cámara las tomaba en primer plano. Consideré
que, en los tiempos de relegamiento social que corrían, a la luz de la
explosión de todos los índices de pobreza y del incremento sustancial de
población con necesidades básicas insatisfechas, esa ostentación de boato
negacionista representaba, al menos, una obscenidad. Luego de pensar algunos
segundos, la mujer me contestó, francamente ofendida:
¿Y qué tiene que ver el sexo en
todo esto?
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