Nombre completo: Jorge Alberto
TRIACA
Alias: “Jorgito”
Fecha de nacimiento: 30 de marzo
de 1974
El ex ministro de Trabajo, Empleo
y Seguridad Social de la Nación es hijo de Jorge Alberto Triaca, un
sindicalista (cuyo padre había sido delegado obrero de la industria del plástico)
que inició su carrera apadrinado por Augusto Vandor. Luego del asesinato de
este último –sindicado por las bases como traidor al movimiento por proponer la
construcción de “un peronismo sin Perón”- se cobijó bajo el ala de José Ignacio
Rucci, también asesinado. Jorge Alberto Triaca, ministro de trabajo en los años
90 y miembro del Jockey Club, fue interventor de la empresa SOMISA, cargo por el
que fue sindicado de aceptar dádivas y vender la empresa a precio vil. En el
año 1999 fue condenado en un juicio de reconocimiento de la paternidad y
obligado a indemnizar a la peticionante, una niña fruto de la relación
clandestina habida con una de sus empleadas. Algunos años antes, como testigo
en el juicio seguido a los ex comandantes de las Juntas militares, había negado
tener conocimiento sobre la existencia de militantes desaparecidos. A pesar de
su filiación nacional y popular sesentista, Jorge Alberto padre fue pieza
fundamental en el proceso de privatizaciones iniciado en los años 90 con el fin
de adecuar la política económica argentina a las exigencias del neoliberalismo
internacional.
Jorge Triaca “hijo” egresó como
licenciado en Ciencias Económicas de la Universidad de San Andrés. Desde los
últimos años del siglo ha ido muy lentamente escalando escasos peldaños en una
carrera política que parece haber tocado su final, debido a la rápida extinción
de la relación de confianza con el “Círculo Rojo” de Mauricio Macri y a que –según
alguna encuesta privada- se lo reconoció como “el segundo ministro con peor imagen del país, ubicado
sólo detrás de Marcos Peña”.
Siempre en el segundo pelotón y bajo el liderazgo de ejecutores de mayor fuste, entre 1998 y 2000 coordinó un “Programa de
Apoyo Ocupacional para Personas con Discapacidad”, aéreo plan de trabajo que
prácticamente no rindió frutos significativos. Luego de la debacle del año
2001, Jorge Triaca ocupó un lugar en la Subsecretaría de Coordinación y
Evaluación Presupuestaria, dependiente de la Coordinación de Créditos con
Organismos Internacionales.
Sin embargo, su pertenencia al “think
tank” macrista por excelencia, la Fundación Pensar, lo llevó a integrar las
listas de diputados del PRO en la ciudad de Buenos Aires, jurisdicción que
representó en el Congreso de la Nación desde 2009 hasta 2013. Reelegido en las
elecciones de este último año, renunció a su banca para presidir el Ministerio que
le ofreciera Mauricio Macri desde el 10 de diciembre de 2015.
En una de sus primeras
declaraciones públicas indicó que los trabajadores gozaban de “muchos beneficios”. Con ello se
encaramaba, junto con otros cómplices, en la tarea de nueva formulación
lingüística tendiente a generar un momento de sugestión entre los adherentes
del macrismo, ya por entonces rebajados en su ámbito de intelección por la permanente
irradiación comunicacional. En efecto: así como el “cambio” proponía la
mutación del “ciudadano” (sujeto amparado por garantías constitucionales) en
simple “vecino” (la persona “que vive al lado”), también los “derechos” de los
trabajadores –fruto de décadas de luchas y reivindicaciones- pasaban a
considerarse, en la nueva lengua aspiracional mercadotécnica, “beneficios”.
Como concreta consecuencia real
de aquellas florituras retóricas, y por orden de Mauricio Macri, se abstuvo de
homologar en el año 2016 el acuerdo paritario entre la Asociación Bancaria y
los representantes del sector patronal. Por primera vez en la historia
argentina y sindical, un órgano administrativo cuya función es velar por la
regularidad de los acuerdos entre trabajadores y empleadores rechazaba un
acuerdo regular. La cuestión fue en definitiva resuelta por la Cámara Nacional
de Apelaciones del Trabajo, quien impuso al Estado Nacional la obligación de “no
interferir”.
Sobre este miembro del gabinete
macrista también cayeron acusaciones de nepotismo. De acuerdo con el diario
Perfil, “Triaca se destacó en 2017 por
ser el funcionario que más familiares tenía en el Estado. Mariana, una de sus
hermanas ocupó un cargo en el Banco Nación. A su vez su pareja, el cuñado de Jorge,
Ernesto Martí Reta, fue nombrado en el directorio del Banco de Inversión y
Comercio Exterior (BICE). Otra hermana del ministro, Lorena, también se
desempeñó en el Estado, más precisamente como directora de la Agencia de
Inversiones. María Cecilia Loccisano, la mujer de Triaca, fue designada
subsecretaria de Coordinación Administrativa del Ministerio de Salud”.
Este acto de corrupción velada
quedó, sin embargo, bajo cierta sombra de ocultación por el acaecimiento de un
hecho de importancia singular. La casera de una quinta de fin de semana
utilizada por Jorge Triaca y su familia -una señora de nombre Sandra Heredia-
había denunciado públicamente hacia fines de 2017 que desde 2012 trabajaba “en
negro” para el ministro de Trabajo macrista. Luego de una discusión, Jorge la
habría mandado a despedir sin causa a través de su cuñado: la trabajadora,
violada en sus derechos, alegó que iría hasta el mismo edificio del Ministerio
a reclamar. Días después, por las redes sociales circulaba un archivo de audio
“filtrado”, en el que Triaca increpaba a su empleada no inscripta: "¡Sandra no vengas, eh! No vengas
porque te voy a mandar a la concha de tu madre. ¡Sos una pelotuda!" Más tarde, el ministro confesó haber
sido autor del exabrupto, al que alegó emitido en un contexto de “situación de stress”. Ello no le impidió
ofrecer a la trabajadora un empleo en el Sindicato Único de Marinos Unidos, quizás
con el fin de comprar su silencio. Con el tiempo trascendió que, por gestiones
personales o a efectos de favorecer “recomendados”, Triaca habría procurado más
de 200 ingresos al mismo sindicato, con la complicidad de su interventora
Gladys González, dirigente del PRO.
Poco antes de que por decisión
del Fondo Monetario Internacional se redujera el número de ministerios y la
cartera de Trabajo quedara convertida en una simple secretaría de gobierno, diversos
medios no hegemónicos informaron que “Jorgito” habría gestionado un desvío de
fondos de la Unión del Personal de Seguridad de la República Argentina (UPSRA),
cuestión que le habría valido, además, acusaciones colaterales de extorsión y
enriquecimiento ilícito.
Llevado por la marea de sus
designios genéticos, Triaca perdió de propia incapacidad -por el desencaje de
inconveniencias que la soberbia genera en los tercerones- el ala protectora del
macrismo. No obstante, sumó jalones en el andarivel de hipocresía publicitaria
por el que se desenvolvió la comunicación del gobierno liderado por el papá de
Antonia, en especial durante los primeros semestres de gestión.
Escuchado por un público afecto a
la mentira consensuada –que encontraba en ella un escenario de validación de su
devastación moral- desplegó permanentemente un discurso despreocupado, brotado
de falsedades y exento de toda vergüenza, quizás como estrategia ensayada de
identificación con la estructura de interacción de sus votantes.
Hacia mayo de 2018 algún
periodista le exhibió un informe del Sistema Integrado de Jubilaciones y
Pensiones que daba cuenta acerca de que, desde la asunción de Macri como
presidente de la Nación, existían computados unos 82.400 trabajadores activos menos. Triaca, despojado de todo compromiso con otros estándares que no
fueran los de la farsa macrista, dijo, para sugestión y embelesamiento de sus
envilecidos: “No se registran despidos masivos en el país”.
La clase media macrista,
maravillada, creía entonces que la alarmante “ola de despidos” constituía,
simplemente, un “invento kirchnerista”. Inútil resultó señalar que el propio
Triaca había dejado sin empleo a 280 agentes del Ministerio de Trabajo durante
las primeras semanas de función. Lejos de alarmarse aun ante el cercano acecho de pérdida de los escasos dos sueldos sobre los que suele
sostenerse el andamiaje familiar mediopelo, sus obcecados partidarios abrazaron
una recurrente profesión de fe en el “Presi”, uno de cuyos adláteres fue el ministro Jorge. Y así, quizás como emergencia sintomática, dispensados de todo anclaje
en el mar de lo racional, se repetían:
“Hay que darle tiempo”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario