martes, 21 de abril de 2020

Sección "Partícipes Necesarios" - Hoy: Lavonne SMITHORSMITH

     Nombre completo: Lavonne SMITHORSMITH
     Fecha de nacimiento: Primera semana de agosto de 2019

     Pocos días antes de las elecciones primarias de 2019, comenzaron a aparecer en la red Twitter unos mensajes que se ubicaban entre el “spanglish” y la experiencia esquizoide. MILES de usuarios, en general identificados con locuciones de alguna manera inglesas (“Larita Poelking”, Lynsey Crossley” y otras) se lanzaron curiosamente al mismo tiempo a dar su apoyo a Mauricio Macri y a persuadir a los argentinos de inclinarse a favor de Cambiemos en los comicios del próximo domingo 11.

     Lo hicieron a través de frases del siguiente tenor:

     La excelencia de Macri como evento de caridad en realidad hasta ahora los ha conservado a todos provenientes de un futuro así. #YoVotoMM”.

     El futuro en realidad está haciendo un buen trabajo y también un negocio. #YoVotoMM”.

     "El Sr. Macri ayudó a mantener a América Latina libre de armas nucleares y desempeñó un papel en la búsqueda de la paz en Medio Oriente. #YoVotoMM”.

     Hay muchísimas otras.

     El tuit que más popularidad alcanzó de aquella maraña psiquiátrica fue uno suscripto por la aparente usuaria Lavonne Smithorsmith –una morena 4 x 4 tres cuartos perfil derecho, de ojos almendrados, sonrisa símil Gioconda y leve turbante de lana- quien, a contramano de toda conexión significante, descerrajó: ¡Satisface a Mauricio, no te relajes! Te elijo! ¡Caricia significativa proveniente de Hurlingham! #YoVotoMM”.

     Ya nos hemos pronunciado en un agobiante volumen de oportunidades acerca de la verdadera naturaleza del macrismo. Lo percibimos como un fenómeno emocional de sugestión colectiva VOLUNTARIAMENTE padecido por sus seguidores, porque legitima la suma de los antivalores que esos adherentes comulgan desde más de un siglo atrás y que en la mayor parte de los períodos históricos se vieron obligados a mantener reprimidos.

     Por lo demás, el macrismo es un oferente monopólico: NO EXISTE en la Argentina (y hay pocos en la historia de Occidente) otro espacio que ponga en valor y naturalice como herramienta de interacción la miseria espiritual transmitida de bisabuelos a abuelos, de abuelos a padres y de padres a hijos que hoy moldean a su descendencia en la desviación.

     Como fenómeno patológico de fascinación tumultuosa, el macrismo prescinde de la razón. Ya había indicado Mauricio Macri antes de esta “campaña” comprada a Twitter: “No hay argumentos, porque no hacen falta. Decile a la gente que votás con el corazón”. Todo su “equipo” lo repitió, como conducta partidaria, en la suma de los micrófonos y redes sociales del país.

     El mensaje resumía la orientación de un proyecto comunicacional iniciado a fines de 2012 y que había “funcionado” sin fallas desde entonces.

     En efecto: menos de un año después de la reelección de Cristina Fernández, comenzaron a verse los primeros frutos de una fuerte tarea multidisciplinaria de estudio, recolección de experiencias propagandísticas, abordaje de experimentos militares y de modos de transmisión ensayados incluso por gobiernos totalitarios para subyugar y someter grandes masas poblacionales. Primero cientos y luego miles de ciudadanos, obnubilados por las luces falsarias de una televisión plagada de mercenarios sobornados por el poder real, salieron a las calles a repudiar a la misma persona que habían votado sólo pocos meses antes, sin que ésta hubiera cambiado en lo esencial sus políticas sociales centradas en el cubrimiento progresivo de necesidades.

     El macrismo había logrado simbolizar y significar, ya, lo que las clases medias y bajas (pero, sobre todo, las clases medias) quieren ser y nunca serán: clase alta. Así lo explicó, con total claridad, el filósofo José Pablo Feinmann, a quien a partir de entonces los rabiosos tildaron de “kirchnerista”.

     Los ideólogos del macrismo, aun muchos años antes de su consagración, lo sabían. Habían perdido el poder formal (¡estaban pagando impuestos!) y, para recuperarlo, estudiaron dos opciones: la vía de facto o el aprovechamiento de todas las desvirtudes de sus miserables propios y adherentes, a través de la excitación emocional, para lograr consenso mayoritario. El inteligentísimo camino transitado fue la agitación del sedimento de antivalores que esas clases acumulan generacionalmente como capital simbólico y perfil conductual.

     Y dio resultado, porque, ¿qué más quiere el deseo que un campo libre de represiones? Las clases aspiracionales necesitaban odiar a rienda suelta: el macrismo les instituyó un espacio en el que odiar, a partir de ahora, era moralmente bueno. Las clases medias querían que las fuerzas de seguridad dispararan a “los negros” por la espalda, sin dar voz de alto: concedido. Los papis y mamis de dos soles se inclinaban por la prisión preventiva o definitiva sin la verificación de los extremos legales: cuando le preguntaron a Macri por qué Milagro Sala estaba presa, si había sido juzgada por una contravención municipal, la respuesta que dio fue: “porque la mayoría de los argentinos SIENTE que debe estar presa”. No habló de leyes, no habló del normal funcionamiento de los tribunales. Apeló al alma degradada de sus adictos.

     Hay una enormidad de “botones de muestra” de esta borrachera desatada y desvergonzada, de esta liberación de polución ancestral, que antes sólo encontraba espacio de expansión en espantosas sobremesas familiares, en las filas de los almacenes, en encuentros casuales entre calañas; en postulaciones de confianza centradas en la necesidad de un “orden” antiético, con apoyatura en todos los conceptos discriminatorios que puedan formar parte de las listas más repudiables; en los anti-ejemplos más repulsivos.

     En agosto de 2019, poco antes de las elecciones presidenciales, aquella caterva centenaria -que por origen venía diluyendo su honor y su criterio en el éter de una circense ilusión de pertenencia- evolucionaba en una grey que, por las desmesuras de su corrupción, se había dejado provocar una notoria anormalidad perceptiva, quizás a niveles nunca vistos en su propia historia.

     Conocedor de ese paño fácilmente reactivo, el macrismo lo estimuló con CUALQUIER COSA. Ni siquiera se preocupó por la difusión de mensajes coherentes, a tal punto SABE que sus destinatarios sólo advierten el componente emocional de la estructura, y que desdeñan u olvidan rápidamente la sustancia. Decidieron –quizás, hasta por diversión- masificar un mensaje animal, de sola endorfina. Los adictos al macrismo no necesitaban, a esa altura, ni siquiera del lenguaje.

     Y así sucedió que, sin ninguna preocupación por el lado humano de los imbecilizados a quienes se dirigían, los perversos les apuntaron campañas que sólo tenían por objeto cuantificar el grado de devastación intelectual que ya les habían logrado inocular y desarrollar, para luego –a la luz de los resultados obtenidos- tomar nuevas decisiones eficaces. A partir de los datos que generara esta experiencia, los publicistas contratados se proponían trabajar para conseguir mayores avances a favor de la indignidad de esa categoría infame que, por su propio peso multitudinario muerto de virtud, asfixiaba toda posibilidad y todo amago de lucidez.

     Lavonne Smithorsmith, rebosada de afasia programada y perversión léxica, prescindente de razón, tijereteada en el sinsentido vesánico, fue protagonista inapartable de esta arremetida sobre la idiosia adquirida de los sugestionados, que supuso una estimación en justa medida de su valor como seres pensantes, una confirmación de su simpleza desordenada, patológica y letal y, sobre todo, una verificación científica de la ruptura del principio de realidad en sus lectores.

     Desde su ridículo, Lavonne exhibió con alto contraste histórico el campeo del infantilismo grotesco y dañino sobre las posibilidades racionales de la clase media aspiracional culpable, monstruosa gavilla multitudinaria, émula de la mediocridad, lastre de la virtud,  motor inmóvil de todas las potencias de la incultura, vergüenza de lo por venir; conductual, perceptiva, moral e intelectualmente irrecuperable.

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