Nombre
completo: Lavonne SMITHORSMITH
Fecha de nacimiento: Primera semana de agosto de 2019
Pocos días antes de las elecciones primarias de 2019,
comenzaron a aparecer en la red Twitter unos mensajes que se ubicaban entre el
“spanglish” y la experiencia esquizoide. MILES de usuarios, en general
identificados con locuciones de alguna manera inglesas (“Larita Poelking”, “Lynsey Crossley” y otras) se lanzaron curiosamente al mismo tiempo a dar su
apoyo a Mauricio Macri y a persuadir a los argentinos de inclinarse a favor de
Cambiemos en los comicios del próximo domingo 11.
Lo hicieron a través de frases del siguiente tenor:
“La excelencia de
Macri como evento de caridad en realidad hasta ahora los ha conservado a todos
provenientes de un futuro así. #YoVotoMM”.
“El futuro en realidad
está haciendo un buen trabajo y también un negocio. #YoVotoMM”.
"El Sr. Macri
ayudó a mantener a América Latina libre de armas nucleares y desempeñó un papel
en la búsqueda de la paz en Medio Oriente. #YoVotoMM”.
Hay muchísimas otras.
El tuit que más popularidad alcanzó de aquella maraña
psiquiátrica fue uno suscripto por la aparente usuaria Lavonne Smithorsmith
–una morena 4 x 4 tres cuartos perfil derecho, de ojos almendrados, sonrisa
símil Gioconda y leve turbante de lana- quien, a contramano de toda conexión
significante, descerrajó: “¡Satisface a
Mauricio, no te relajes! Te elijo! ¡Caricia significativa proveniente de
Hurlingham! #YoVotoMM”.
Ya nos hemos pronunciado en un agobiante volumen de
oportunidades acerca de la verdadera naturaleza del macrismo. Lo percibimos
como un fenómeno emocional de sugestión colectiva VOLUNTARIAMENTE padecido por
sus seguidores, porque legitima la suma de los antivalores que esos adherentes
comulgan desde más de un siglo atrás y que en la mayor parte de los períodos
históricos se vieron obligados a mantener reprimidos.
Por lo demás, el macrismo es un oferente monopólico: NO
EXISTE en la Argentina (y hay pocos en la historia de Occidente) otro espacio
que ponga en valor y naturalice como herramienta de interacción la miseria
espiritual transmitida de bisabuelos a abuelos, de abuelos a padres y de padres
a hijos que hoy moldean a su descendencia en la desviación.
Como fenómeno patológico de fascinación tumultuosa, el
macrismo prescinde de la razón. Ya había indicado Mauricio Macri antes de esta
“campaña” comprada a Twitter: “No hay
argumentos, porque no hacen falta. Decile a la gente que votás con el corazón”.
Todo su “equipo” lo repitió, como conducta partidaria, en la suma de los
micrófonos y redes sociales del país.
El mensaje resumía la orientación de un proyecto
comunicacional iniciado a fines de 2012 y que había “funcionado” sin fallas
desde entonces.
En efecto: menos de un año después de la reelección de
Cristina Fernández, comenzaron a verse los primeros frutos de una fuerte tarea
multidisciplinaria de estudio, recolección de experiencias propagandísticas, abordaje
de experimentos militares y de modos de transmisión ensayados incluso por
gobiernos totalitarios para subyugar y someter grandes masas poblacionales. Primero
cientos y luego miles de ciudadanos, obnubilados por las luces falsarias de una
televisión plagada de mercenarios sobornados por el poder real, salieron a las
calles a repudiar a la misma persona que habían votado sólo pocos meses antes,
sin que ésta hubiera cambiado en lo esencial sus políticas sociales centradas en
el cubrimiento progresivo de necesidades.
El macrismo había logrado simbolizar y significar, ya, lo
que las clases medias y bajas (pero, sobre todo, las clases medias) quieren ser
y nunca serán: clase alta. Así lo explicó, con total claridad, el filósofo José
Pablo Feinmann, a quien a partir de entonces los rabiosos tildaron de “kirchnerista”.
Los ideólogos del macrismo, aun muchos años antes de su
consagración, lo sabían. Habían perdido el poder formal (¡estaban pagando
impuestos!) y, para recuperarlo, estudiaron dos opciones: la vía de facto o el
aprovechamiento de todas las desvirtudes de sus miserables propios y adherentes,
a través de la excitación emocional, para lograr consenso mayoritario. El
inteligentísimo camino transitado fue la agitación del sedimento de antivalores
que esas clases acumulan generacionalmente como capital simbólico y perfil
conductual.
Y dio resultado, porque, ¿qué más quiere el deseo que un
campo libre de represiones? Las clases aspiracionales necesitaban odiar a rienda suelta: el
macrismo les instituyó un espacio en el que odiar, a partir de ahora, era moralmente
bueno. Las clases medias querían que las fuerzas de seguridad dispararan a “los
negros” por la espalda, sin dar voz de alto: concedido. Los papis y mamis de
dos soles se inclinaban por la prisión preventiva o definitiva sin la
verificación de los extremos legales: cuando le preguntaron a Macri por qué
Milagro Sala estaba presa, si había sido juzgada por una contravención
municipal, la respuesta que dio fue: “porque
la mayoría de los argentinos SIENTE que debe estar presa”. No habló de leyes,
no habló del normal funcionamiento de los tribunales. Apeló al alma degradada de
sus adictos.
Hay una enormidad de “botones de muestra” de esta borrachera
desatada y desvergonzada, de esta liberación de polución ancestral, que antes
sólo encontraba espacio de expansión en espantosas sobremesas familiares, en
las filas de los almacenes, en encuentros casuales entre calañas; en postulaciones
de confianza centradas en la necesidad de un “orden” antiético, con apoyatura en
todos los conceptos discriminatorios que puedan formar parte de las listas más
repudiables; en los anti-ejemplos más repulsivos.
En agosto de 2019, poco antes de las elecciones
presidenciales, aquella caterva centenaria -que por origen venía diluyendo su
honor y su criterio en el éter de una circense ilusión de pertenencia-
evolucionaba en una grey que, por las desmesuras de su corrupción, se había
dejado provocar una notoria anormalidad perceptiva, quizás a niveles nunca vistos
en su propia historia.
Conocedor de ese paño fácilmente reactivo, el macrismo lo estimuló
con CUALQUIER COSA. Ni siquiera se preocupó por la difusión de mensajes
coherentes, a tal punto SABE que sus destinatarios sólo advierten el componente
emocional de la estructura, y que desdeñan u olvidan rápidamente la sustancia. Decidieron
–quizás, hasta por diversión- masificar un mensaje animal, de sola endorfina.
Los adictos al macrismo no necesitaban, a esa altura, ni siquiera del lenguaje.
Y así sucedió que, sin ninguna preocupación por el lado
humano de los imbecilizados a quienes se dirigían, los perversos les apuntaron
campañas que sólo tenían por objeto cuantificar el grado de devastación
intelectual que ya les habían logrado inocular y desarrollar, para luego –a la
luz de los resultados obtenidos- tomar nuevas decisiones eficaces. A partir de
los datos que generara esta experiencia, los publicistas contratados se
proponían trabajar para conseguir mayores avances a favor de la indignidad de
esa categoría infame que, por su propio peso multitudinario muerto de virtud,
asfixiaba toda posibilidad y todo amago de lucidez.
Lavonne Smithorsmith, rebosada de afasia programada y
perversión léxica, prescindente de razón, tijereteada en el sinsentido
vesánico, fue protagonista inapartable de esta arremetida sobre la idiosia
adquirida de los sugestionados, que supuso una estimación en justa medida de su
valor como seres pensantes, una confirmación de su simpleza desordenada,
patológica y letal y, sobre todo, una verificación científica de la ruptura del
principio de realidad en sus lectores.
Desde su ridículo, Lavonne exhibió con alto contraste
histórico el campeo del infantilismo grotesco y dañino sobre las posibilidades
racionales de la clase media aspiracional culpable, monstruosa gavilla
multitudinaria, émula de la mediocridad, lastre de la virtud, motor inmóvil de todas las potencias de la incultura,
vergüenza de lo por venir; conductual, perceptiva, moral e intelectualmente
irrecuperable.
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