Sonríe, satisfecho, cuando prueba un nuevo uniforme de
combate. Considera que el macrismo pone en valor: atiborra los polvorines,
gratifica, empodera en la arbitrariedad.
Convencido de que ha regresado “la buena época”, el Policía
Desconocido prodiga daño incausado, somete a privaciones ilegítimas, a
interrogatorios inútiles, a desgastes disciplinarios. Encarcela en calabozos ordinarios
por infracciones simples. Machetea, gasea, patea, insulta, apresa y tortura a seres
humanos en situación de calle. Impide por la fuerza el ejercicio del derecho de
reunión en espacios públicos. Intimida inocentes útiles. Detiene por “portación
de cara”.
Porque el macrismo quiso imponer un control social tiránico,
el Policía Desconocido actuó sobre categorías estigmatizadas por el nuevo
régimen: personas que portaban divisas de pertenencia, vendedores ambulantes,
tipos que miraban, transeúntes, militantes del feminismo, expositores de una
identidad distinta de la hétero-sexualidad, sindicalistas, disidentes y aun
extranjeros, a quienes llegó a inventar cargos de fuerte contenido emocional
como “merodear”, “alterar el orden” y, según la ocasión, poseer “elementos
contundentes” y hasta “bombas Molotov” o “armas de guerra”. Protegió
infiltrados que propiciaron descalabros aleves, para luego extender la farsa y
atacar y lesionar con gravedad, por esa “razón” o por ninguna. Él mismo se
infiltró, “vestido de civil”, con el fin de señalar cobardemente a quiénes
debían “llevarse”. Ingresó en los establecimientos educativos por denuncias de papis y mamis que consideraron “política” la enseñanza de los Derechos
Humanos, y se llevó a docentes y alumnos. Ingresó en el domicilio de
ciudadanos que en las redes sociales se expresaron en contra de la dictadura
macrista.
Apaleó mujeres embarazadas que desconocían su flamante y
nunca notificado carácter de “personal cesante”; gaseó, castigó y embistió con
tanques hidrantes los cuerpos fláccidos de jubilados indigentes. A solicitud de
las autoridades venales (que incluyeron a gobernadores de provincia) se asentó
en los edificios parlamentarios con fines intimidatorios. Impidió con arrebato
el ingreso de legisladores no oficialistas a los recintos democráticos de
debate, los golpeó, les descerrajó gas urticante. Especialmente instruido,
golpeó e insultó a una funcionaria del gobierno venezolano, a quien el propio
presidente desconoció y ordenó infligir trato criminal.
Se valió de la licencia conferida por una mayoría enferma y
de la canalización de esa patología por un poder político relajado en obscenidad,
para dar rienda suelta a sus desviaciones conductuales, a sus tendencias internas
de progresión coactiva. Patricia Bullrich, desencajada de sangre, le regaló un
Protocolo de Uso de Armas apriorista y dictatorial, que le permitió sancionar de facto lo que en su insuficiente
formación podía interpretar como peligro inminente, según su antojo y sus
necesidades salariales.
Entonces, el Policía Desconocido disparó contra obreros
hambreados, contra cooperativistas arruinados por la política intencional de
destrucción de sus espacios de trabajo. Hizo ostentación de armas frente a
vendedores ambulantes, a quienes también golpeó y encarceló. Baleó en la cara a
niños que practicaban murga. Asesinó por la espalda a un escolar de 12 años, porque su atuendo y su raza le
sugerían delincuencia. Persiguió y mató a adolescentes que paseaban en
automóvil, convencido de que se trataba de delincuentes. Remató autores de
hurto desarmados que, heridos de fuego e incapaces siquiera de ponerse de pie,
pedían clemencia. Recibió felicitaciones presidenciales, reivindicaciones
mediáticas, premios en dinero, favores mórbidos del auditorio.
El Policía Desconocido, durante el macrismo, cometió un
homicidio por abuso cada 22 horas; quizás –y a las resultas de la determinación
de responsabilidades- cada menos. En todo caso, es la densidad de delitos institucionales
más alta desde el Genocidio del 76. La prensa no hegemónica –única instancia de
información veraz- destaca: Macri tuvo
más muertos ilegales que días de gobierno.
¿Qué alimenta la vocación de entregar la libertad al
designio de CUALQUIER enunciado?
¿Qué indecible aberración activa la prescindencia del juicio
moral?
¿Qué extravío sublima el ejercicio libre de la violencia?
¿Qué poluciones estructurales motorizan la conciencia de ese
orden subalterno?
¿En qué degeneraciones se sostiene el goce del sadismo
cumplido?
Las respuestas, el día del Juicio Final.
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