Al igual que la policía y las
llamadas “fuerzas de seguridad”, los trolls
fueron ejecutores –antes, durante y después de la presidencia de Mauricio Macri-
de órdenes inmorales que coadyuvaron a la conformación de un Estado de Violencia
necesario para imponer la dinámica neoliberal de exclusión.
Si a los agentes armados se les
ordenó vulnerar todo apego por la dignidad y quitar de cauce la vocación por la
agresión que edifica el psiquismo de sus miembros -contenida y legitimada por
la estructura institucional- a los trolls
se les encomendó la tarea de mantener en plano de vigencia y resalte la
coacción discursiva y la violación de todo criterio de paz.
Conocedores de su público, los
integrantes del equipo de difusión de los antiprincipios macristas –quizás con
el dinero proveniente de los sectores del poder real, afectados por las
políticas de redistribución implementadas desde el año 2003- organizaron y
entrenaron grupos de “operadores informáticos” con especiales tendencias
conductuales a la desintegración relacional, a fin de que instalaran en las
redes sociales espacios de naturalización de contenidos que habían permanecido
reprimidos durante décadas en un sector mayoritario de la población y que la
impronta del “cambio” ubicaba en un plano de legitimación.
Encaramados a este proyecto de
puesta en valor de las miserias espirituales que conforman la esencia de
millones, mantenidas en reserva a favor de ciertos estándares de
convivencia ya estresados, los trolls se escudaron en una idea
distorsionada de la libertad de expresión para reflotar aquellos residuos éticos con
que la clase media mayoritaria venía intoxicándose por generaciones. Sabedora
de que esta sequedad de honra cruzaba al total del público al que se dirigía,
la voluntad presidencial –impregnada de las transgresiones ilegales propias del ser
empresarial admirado por sus adherentes- aceptó y promovió la formulación de cientos
de miles de manifestaciones racistas, xenófobas, de desprecio hacia los
marginados, de muerte a los excluidos, de aplicación de pena capital a niños en
estado de exposición al sistema penal, de multiplicación obscena de los
favorecimientos injustos a los que más tienen, de demolición a través del
insulto; pero también de apoyo, puesta en bien y aliento a cada una de las
infracciones a la ley material cometidas por los funcionarios y autoridades del
macrismo.
El grupo de trabajadores en
redes, rentado también con el aporte de fondos públicos, fue permanentemente sometido
a un “coacheo” idóneo fundado en
lineamientos de la llamada “neurociencia”, una especie de disciplina relevada
por el mercadeo que genera enunciados tendientes a la determinación de
conductas. Su trabajo, junto con el del resto de los operadores actuantes en
los medios masivos de comunicación, aportó una enorme influencia en la
generación de “posverdad”:
expresiones, descripciones, noticias, justificaciones o explicaciones todas
teñidas de falsedad, pero que finalmente resultan percibidas como ciertas por
los destinatarios, dado el seguimiento de una coherencia interna del discurso
que dota a las enormidades transmitidas de rasgos de verosimilitud.
Los principios que sustentan la
tarea de los trolls reconocen, además
de las formulaciones médicas-psiquiátricas, una experiencia histórica exitosa:
la acción propagandística hitleriana, liderada por el genio publicitario de
Joseph Goebbels.
En esta dirección, la red Twitter
resultó la más idónea para concretar el propósito de difusión de odio y
acentuación de la grieta bajo la
forma de emisión de mensajes cortos, de fácil lectura y de gran poder de
penetración. Las “campañas” desplegadas por quienes tuvieron a su cargo la toma
de decisiones en la “máquina troll” aprovecharon el servicio permanente de
exhibición de las expresiones o palabras más utilizadas en el entorno “tuitero” (llamadas "trending topics")
para instalar supuestas ideas-fuerza de un aparente consenso intencionalmente creado y distorsionado. La complicidad
de la empresa llegó, además, al extremo de silenciar las voces disidentes o cerrar sus cuentas, brindar
datos acerca de quienes se manifestaron en contra de las acciones del macrismo –con
el fin de que sean policial, institucional, laboral o físicamente perseguidos- y aun
vender al ámbito del poder real servicios amigables con los
objetivos de generación de un estado de sugestión emocional colectivo. Entre estos últimos, se encuentran la invisibilización de hashtags
que expresaban algún contradiscurso, la provisión de íconos de impacto visual
para facilitar la explosión masiva de “tweets” y la manipulación de frases frecuentes, al fin de forzar la llegada al "Top 10" de esa lista de locuciones o
palabras que convenían al gobierno-cliente, sin contar con la cantidad suficiente de mensajes en los que se las incluyera. Así pasó con “#DevuelvanloRobado”, “#LaQueremosPresa”, "YoVotoMM" y muchísimos otros.
La repetición de mentiras y la
desviación emocional de los destinatarios no pudieron realizarse, sin embargo,
sin que en el ejercicio de su labor los operadores informáticos cometieran
delitos, cuya impunidad vino garantizada por los propios estamentos del poder formal. Algunos de los quiebres a la ley penal perpetrados por estos empleados públicos emergieron como calumnias (art. 109 del Cód. Pen.), injurias (art. 110), calumnias o
injurias cometidas por medio de la prensa (art. 114), calumnias o injurias
cometidas por funcionarios públicos en ejercicio de sus funciones (art. 117
bis, inc. 4º), amenazas simples (art. 149 bis, primer párrafo), amenazas
agravadas por anonimato (art. 149 bis, primer párrafo in fine), amenazas coactivas (art. 149 bis, último párrafo),
amenazas coactivas agravadas por anonimato (art. 149 ter, inc. 1) o por el
propósito de compeler a una persona a hacer abandono del país, de una provincia
o de los lugares de su residencia habitual o de trabajo (art. 149 ter, inc. 2,
subinc. b); violación de secretos o de la privacidad (art. 153) agravada por
tratarse de “carta, escrito, despacho o
comunicación electrónica” (art. 153, tercer párrafo) o por su comisión por
funcionario público (art. 153, último párrafo); violación de correspondencia
(art. 154), acceso indebido a bancos de datos personales (art. 157 bis, inc. 1)
agravados por su comisión por empleado público (art. 157 bis, último párrafo),
turbación amenazante de la libertad de reunión (art. 160); instigación a
cometer delitos (art. 209), asociación ilícita (art. 210), asociación ilícita
agravada por poner en peligro la vigencia de la Constitución Nacional (art. 210
bis) o recibir apoyo de funcionario público (art. 210 bis, inciso h); intimidación
pública (art. 211), incitación a la violencia colectiva (art. 212), apología
del crimen (art. 213), coerción ideológica (art. 213 bis), atentado contra el
orden constitucional y la vida democrática a través de amenazas (art. 226 bis),
participación en organización o realización de propaganda basada en ideas o
teorías de superioridad de una raza o de un grupo de personas de determinada
religión, origen étnico o color, que tienen por objeto la justificación o
promoción de la discriminación racial o religiosa en cualquier forma (art. 3º
de la Ley 23.592, primer párrafo), acciones de persecución u odio por causa de
raza, religión, nacionalidad o ideas políticas (art. 3º de la Ley 23.592,
último párrafo) y muchos otros, además de contravenciones como el hostigamiento
o la discriminación simple.
Estas figuras penales (sólo
enumeradas a título enunciativo) han sido cubiertas por los trolls bajo toda forma de participación
criminal, sea como autores, partícipes primarios, partícipes secundarios (arts.
45 y 46 del Cód. Pen.) o en su carácter de autores de instigación (como ya se
advirtiera) o de tentativa (art. 42).
Su acción contribuyó, además, a
la fractura del principio de realidad en una apabullante cantidad de votantes
del cambio, muy fuertemente condicionados en sus posibilidades de intelección
por la intensidad de las invectivas de sugestión desplegadas por el marco
operacional del macrismo.
Esta escisión esquizoide se vio vigorosamente
manifestada hacia el final de la campaña de reelección de 2019, momento en el
cual, a nivel experimental y quizás como si se tratara de una subestimación lúdica
degenerativa, el gobierno macrista probó la implementación de una audaz vuelta
de tuerca del sistema de manipulación de criterios: inundó la red Twitter con mensajes absolutamente
dislocados desde lo semántico, en la plena seguridad de que sus seguidores, de
todos modos, los incorporarían desde lo emocional. Así, usuarios inexistentes creados
por robots virtuales pagados a centrales quizás norteamericanas para emitir
renglonadas breves, elaboraron en forma automática locuciones gramaticalmente
insanas, pero de enorme influencia entre los afectados a quienes iban dirigidas,
tales como “¡Siéntete libre de Mauricio,
no te relajes!”, “Caricias
significativas provenientes de Hurlingham!” o alguna pretensión de dato
duro psiquiátricamente condicionado, como el texto de la falsa “tuitera”
Lavonne Smithorsmith, quien puso en conocimiento de una audiencia desquiciada
que “Macri tomó posesión de una nueva victoria
política por el momento. A medida que el acuerdo entra en una fase burocrática
en el comercio UE”.
Los trolls configuran, además, otra de las instancias que pusieron a
prueba la capacidad de hipocresía del macrista doloso, en especial el
perteneciente a la clase media que había logrado “informatizarse” durante los
años de administración de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Y ello así,
porque las evidencias de comportamiento parecieran indicar que esa clase media “del
cambio” –a salvo, quizás, de la más racionalmente deteriorada- sabía perfectamente que cada intervención
de los trolls importaba una mentira,
un delito, un apoyo a la delincuencia oficial o un intento consagrado de
instalación emocional.
La “pata troll”, sufrida o consensuada, fue una de las principales armas de
control social, generación de terror y ejecución efectiva de penetración frenopática durante el gobierno de Mauricio Macri.
Si preguntáramos a
cualquier macrista usuario de redes sociales qué cosa es un troll, quizás su ignorancia le imponga reconocer que no tiene la
menor idea. No obstante, también es posible
que realmente sepa –y en virtud de la
miseria de su condición se rehúse a confesarlo- que se trata de delincuentes
pagados por el Estado amarillo, reunidos en oficinas públicas al mando nada
menos que de Marcos Peña, el otrora Jefe de Gabinete del ex presidente de Boca,
y cuya función es la de imponer la mentira, el miedo, la violencia y la
desintegración del tejido social a través de una acción incesante de exposición
penalmente relevante.
En cualquier caso, pareciera que la impronta
contaminante de los trolls se ha
instalado de una vez y para siempre y forma parte ya de las deficiencias
constitutivas que nos instauran como Nación. Encontrándose el poder real del
lado tóxico del debate social, es dable esperar que estos intoxicadores no sean
removidos. Al contrario: muy probablemente, si nadie los identifica, juzga y
condena, este ejército de psicópatas contratados por perversos continúe
manipulando el criterio exterminado de quienes han elegido voluntariamente
patologizarse; y alguna decisiva influencia ejercerán, también, en la
horadación racional de miles de internautas desprevenidos o que no saben que
son venales.
Ahora bien: aunque pese a cualquier persona realmente honesta, es cierto que los trolls han efectuado un aporte de fundamental valor para las generaciones venideras. La concienzuda
labor de estos vejadores dejó para siempre un legado de indudable apreciación que permitirá el
estudio veraz, científico y definitivo del Período de los Globos.
Es que en el Boletín Oficial y en los trolls el macrismo ha mostrado su verdad
más desnuda, hablando allí sin la menor vocación de maquillaje.
Abrevando de esas decadencias
documentadas, la Historia tendrá de dónde obtener los datos que permitan
reconstruir y narrar, libre de toda influencia mórbida, las influencias, disparates,
violencias, mentiras y sugestiones que provocaron esta urgente necesidad de reeducación generacional.
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