martes, 3 de diciembre de 2019

Sección "PARTÍCIPES NECESARIOS" - HOY: "Baby" ETCHECOPAR


     Nombre completo: Ángel Pedro Etchecopar
     Alias: Baby
     Fecha de nacimiento: 16 de febrero de 1953

     No importa de dónde vino. Abyecto en todas las formas que no generen deber de pagar con prisión, Etchecopar compendia la resaca espiritual de todos y cada uno de sus seguidores, aun de aquellos que sólo aprecian su perfil de bufón o la mera ostentación de su silueta de gondolero venal entre las múltiples variantes de la miseria.

     Al plan fronterizo con la criminalidad de su discurso de execración, Baby aporta un talento singular de empatía con lo negro, lo infame, la ruindad de las aspiraciones totalitarias y de exterminio que todo mediocre significativo comulga. Juega, como los infelices de descarte, con la adopción pretendidamente sabia de una neutralidad que por motivos de calle vincula con la razón, y que le habilita el ejercicio de una crítica tan sólo ilustrada con los desperdicios del día a día. Por eso, sus adictos más frecuentes son también los más iletrados.

     Baby Etchecopar despliega una profesión de desprecio discriminatorio por causa de todas las categorías aludidas en cualquier tratado de derechos humanos elementales: nacionalidad, raza, color, sexo, orientación sexual, profesión, nivel educativo, patrimonio, religión, idea o militancia política. En el desempeño de su misión lamentable de agitación emocional relajante, cree encontrarse amparado por el principio de libre de expresión, única garantía constitucional que en su ideario desmadrado entiende vigente, aunque sólo respecto de él y de sus adláteres y cómplices.

     La parte más cultural y éticamente deteriorada de la población lo admira porque, alguna vez, se ha tiroteado con tres delincuentes dentro de su propia casa. Para mayores glorias carcelarias, en ese episodio mató a uno de sus atacantes e hirió gravemente a otro. Desde entonces, el lumpen intelectual le ha asignado la cucarda simbólica y patronal de su ideal repulsivo de sociedad policíaca, fuertemente asociada a la idea de violencia institucional y de aplicación irrestricta de la pena capital, incluso a niños expuestos al sistema penal y por delitos de cualquier índole.

     Si bien en dos o tres evacuaciones de sus deyecciones televisivas y radiales Etchecopar ha jugado a denostar algún aspecto del gobierno de Mauricio Macri –apelando con histrionismo rentado a aquella medianía imparcial de corte vulgar- en general ha sido contratado para acentuar la grieta a través de la comisión de diversos delitos por medio de la prensa, a cuya perpetración no presta el menor reparo represivo ni la más mínima formulación moral. En este sentido, les ha llenado la cabeza a aquellos que previamente se la vaciaron de libre voluntad, con estándares penitenciarios cada vez más descendentes, postulando modelos que –la historia lo enseña- sólo conducen a la devastación material y subjetiva de cualquier estructura de relaciones.

     Como un vendedor de porquerías entronizado en las falsedades de un prestigio autopercibido, lucra con las derivaciones y las posibilidades de una podredumbre ancestral que vive entre nosotros, enquistada en el decálogo de distorsión migratoria y comulgada por un residuo de desventura cultural que le aplaude y valida sus delirios injuriantes.

     En otros contextos, estos desquicios guionados eran seguidos por siete locos que se creyeron iniciados; algún tiempo después, se sumaron otros que gozaban burlándose de sus imprecaciones de insania comunicacional. Más adelante, la clase media dolosamente degradada, enfermado su criterio por los manejos efectivos del packaging mediático y emotivo, comenzó a incorporarlo como a aquellos insalubres pintorescos que tienen algo de razón. Con el correr del tiempo, se hizo de toda evidencia que el aparato difusor de Mauricio Macri debía considerarlo como elemento útil a sus pretensiones de envenenamiento: Baby, cada vez más, fue dejando fuera toda posibilidad de censura y actuó onerosamente con la simpleza ponzoñosa de los animales más rudimentarios, y también con su mismo umbral desatado de agresión.

     Escudado por la venia espuria de las estructuras corporativas, se enoja cuando alguna crítica vincula su elaboración discursiva con el neonazismo, único molde en el que parecieran encuadrarse sus invectivas desvergonzadas, puestas en acto contra todo aquello que importe un disenso con el ideal impracticable de base racial que sus influenciados festejan.

     Diez renglones textuales de los diarios dislates de exclusión por los que cobra bastarían para sospechar la saña con que su enfermedad se manifiesta, las derivaciones dañosas de su accionar irresponsable. Sin embargo, cualquier directiva decente impide constituirse en vía de reproducción y difusión de ninguno de sus excrementos, verdaderos cantos de sirena hábiles para desviar cualquier paso poco convencido por la senda del bien. Con que Macri los haya pagado, tenemos el tenor de su contenido.

     Baste saber que, recostado en el halago interesado y en la ignominia ignorante de sus seguidores, quizás Baby Etchecopar haya tenido pereza de conocer la suerte de Julius Streicher, director del periódico de odio El Asaltante durante el período hitleriano y condenado en Nüremberg a la horca. A Streicher, juzgado por la Dignidad, tampoco le bastaron sus protestas de libre expresión: el Tribunal justipreció que la diseminación distorsiva de sus tentaciones de exterminio llevaban dentro de sí la misma reprochabilidad que la que cabía a los ejecutores mismos.

     Probablemente Baby, El Ángel de la Basura, reciba de la posteridad el desprecio que corresponde a su decisión voluntaria y plenamente consciente de difundir, sea por el numerario que le abonara la degeneración institucional, sea por el impulso hospitalario de sus convicciones envilecidas, el ideal de supremacía prohibido por la virtud más rudimentaria.

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