Nombre completo: Ángel Pedro
Etchecopar
Alias: Baby
Fecha de nacimiento: 16 de
febrero de 1953
No importa de dónde vino. Abyecto
en todas las formas que no generen deber de pagar con prisión, Etchecopar
compendia la resaca espiritual de todos y cada uno de sus seguidores, aun de
aquellos que sólo aprecian su perfil de bufón o la mera ostentación de su
silueta de gondolero venal entre las múltiples variantes de la miseria.
Al plan fronterizo con la
criminalidad de su discurso de execración, Baby aporta un talento singular de
empatía con lo negro, lo infame, la ruindad de las aspiraciones totalitarias y
de exterminio que todo mediocre significativo comulga. Juega, como los
infelices de descarte, con la adopción pretendidamente sabia de una neutralidad
que por motivos de calle vincula con
la razón, y que le habilita el ejercicio de una crítica tan sólo ilustrada con
los desperdicios del día a día. Por
eso, sus adictos más frecuentes son también los más iletrados.
Baby Etchecopar despliega una
profesión de desprecio discriminatorio por causa de todas las categorías
aludidas en cualquier tratado de derechos humanos elementales: nacionalidad,
raza, color, sexo, orientación sexual, profesión, nivel educativo, patrimonio, religión,
idea o militancia política. En el desempeño de su misión lamentable de
agitación emocional relajante, cree encontrarse amparado por el principio de
libre de expresión, única garantía constitucional que en su ideario desmadrado
entiende vigente, aunque sólo respecto de él y de sus adláteres y cómplices.
La parte más cultural y
éticamente deteriorada de la población lo admira porque, alguna vez, se ha
tiroteado con tres delincuentes dentro de su propia casa. Para mayores glorias
carcelarias, en ese episodio mató a uno de sus atacantes e hirió gravemente a
otro. Desde entonces, el lumpen intelectual le ha asignado la cucarda simbólica
y patronal de su ideal repulsivo de sociedad policíaca, fuertemente asociada a
la idea de violencia institucional y de aplicación irrestricta de la pena
capital, incluso a niños expuestos al sistema penal y por delitos de cualquier
índole.
Si bien en dos o tres evacuaciones
de sus deyecciones televisivas y radiales Etchecopar ha jugado a denostar algún
aspecto del gobierno de Mauricio Macri –apelando con histrionismo rentado a
aquella medianía imparcial de corte vulgar- en general ha sido contratado para
acentuar la grieta a través de la
comisión de diversos delitos por medio de la prensa, a cuya perpetración no
presta el menor reparo represivo ni la más mínima formulación moral. En este
sentido, les ha llenado la cabeza a aquellos que previamente se la vaciaron de
libre voluntad, con estándares penitenciarios cada vez más descendentes,
postulando modelos que –la historia lo enseña- sólo conducen a la devastación
material y subjetiva de cualquier estructura de relaciones.
Como un vendedor de porquerías
entronizado en las falsedades de un prestigio autopercibido, lucra con las
derivaciones y las posibilidades de una podredumbre ancestral que vive entre
nosotros, enquistada en el decálogo de distorsión migratoria y comulgada por un
residuo de desventura cultural que le aplaude y valida sus delirios
injuriantes.
En otros contextos, estos desquicios
guionados eran seguidos por siete locos que se creyeron iniciados; algún tiempo
después, se sumaron otros que gozaban burlándose de sus imprecaciones de insania
comunicacional. Más adelante, la clase media dolosamente degradada, enfermado
su criterio por los manejos efectivos del packaging mediático y emotivo, comenzó
a incorporarlo como a aquellos insalubres pintorescos que tienen algo de razón. Con el correr del tiempo, se hizo de toda
evidencia que el aparato difusor de Mauricio Macri debía considerarlo como
elemento útil a sus pretensiones de envenenamiento: Baby, cada vez más, fue
dejando fuera toda posibilidad de censura y actuó onerosamente con la simpleza ponzoñosa
de los animales más rudimentarios, y también con su mismo umbral desatado de
agresión.
Escudado por la venia espuria de
las estructuras corporativas, se enoja cuando alguna crítica vincula su
elaboración discursiva con el neonazismo, único molde en el que parecieran
encuadrarse sus invectivas desvergonzadas, puestas en acto contra todo aquello
que importe un disenso con el ideal impracticable de base racial que sus
influenciados festejan.
Diez renglones textuales de los diarios
dislates de exclusión por los que cobra bastarían para sospechar la saña con
que su enfermedad se manifiesta, las derivaciones dañosas de su accionar
irresponsable. Sin embargo, cualquier directiva decente impide constituirse en
vía de reproducción y difusión de ninguno de sus excrementos, verdaderos cantos
de sirena hábiles para desviar cualquier paso poco convencido por la senda del
bien. Con que Macri los haya pagado, tenemos el tenor de su contenido.
Baste saber que, recostado en el
halago interesado y en la ignominia ignorante de sus seguidores, quizás Baby
Etchecopar haya tenido pereza de conocer la suerte de Julius Streicher, director
del periódico de odio El Asaltante
durante el período hitleriano y condenado en Nüremberg a la horca. A Streicher,
juzgado por la Dignidad, tampoco le bastaron sus protestas de libre expresión:
el Tribunal justipreció que la diseminación distorsiva de sus tentaciones de
exterminio llevaban dentro de sí la misma reprochabilidad que la que cabía a
los ejecutores mismos.
Probablemente Baby, El Ángel de
la Basura, reciba de la posteridad el desprecio que corresponde a su decisión
voluntaria y plenamente consciente de difundir, sea por el numerario que le
abonara la degeneración institucional, sea por el impulso hospitalario de sus
convicciones envilecidas, el ideal de supremacía prohibido por la virtud más
rudimentaria.
TOTALMENTE
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