domingo, 16 de febrero de 2020

Sección "Partícipes Necesarios" - Hoy: Nelson CASTRO

     Nombre completo: Nelson Alberto Castro
     Fecha de Nacimiento: 5 de abril de 1955

     Nelson Castro es un intelectual de medianas aptitudes, moderado ejercicio y buena captación y respeto por parte del “público en general”. Prestó su alistamiento voluntario y oneroso a favor de los intereses desmedidos de las corporaciones mediáticas, que le digitaron los ámbitos, los contenidos y las formas de exposición del pensamiento. La clase media televisiva sabe que el apelativo de “doctor” le viene de haber cursado y terminado la carrera de Medicina en la Universidad de Buenos Aires; y que la exhibición descontextualizada de su especialidad –la neurología- lo ha ubicado en un sitial de emisor válido de enunciados relativos al estado de salud mental de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Por lo demás, Castro también ha estudiado periodismo y música: habría compuesto, incluso, algunas sinfonías. Es autor de varios libros, ensayos más o menos periodísticos con algún viso de verdad protouniversitaria, al mismo estilo de acercamiento descontracturado a la cultura que postula el suplemento “Ñ” de su empleador, dirigido al público de clase media algo profesional o con estudios terciarios sin terminar.

     Antes de concertar su ingreso al Grupo Clarín, Castro demostró habilidad para abordar fenómenos complejos: cursó una maestría en Estados Unidos y logró ser acreditado en la Casa Blanca como periodista internacional en las conferencias brindadas por Ronald Reagan. A partir de entonces, tejió relaciones con el llamado “Departamento de Estado” norteamericano –la oficina administrativa que concreta la política exterior de aquel país- que le permitieron acceder a ciertas posiciones de privilegio en el entorno del periodismo político, tales como la autorización de la Embajada de EE. UU. para establecer comunicaciones con personal militar durante la Guerra del Golfo Pérsico en 1991 y las entrevistas a diversos líderes latinoamericanos. Casualmente, Nelson Castro se encontraba en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, día del atentado a las Torres Gemelas.

     El Grupo Clarín lo tenía como miembro de su staff ya en el inicio de la campaña de sugestión colectiva que, en forma efectivísima, captó el criterio de una mayoría sustentada en el ejercicio y la promoción de antivalores ancestrales, con el logrado fin de entronizar a Mauricio Macri en la Presidencia de la Nación. Su programa El Juego Limpio (que se emitía desde 1998), había logrado el favor de un sector cada vez más numeroso de empleados adultos y jubilados que más o menos superaban los dos salarios mínimos, vitales y móviles. Finalmente, el holding dirigido por Héctor Magnetto aprovechó su despido de Radio Del Plata, cuyos dueños eran por entonces allegados al kirchnerismo, para construirlo como figura central de difusión del discurso macrista.

     Más tarde, precedió al programa de Víctor Hugo Morales en Radio Continental, en el horario de 6 a 9 de la mañana: desde allí, con “La Mirada Despierta”, continuó su actividad de fogoneo crítico y estigmatizador de Cristina Fernández y del “entorno K”, a quienes se sindicaba como autores de los más múltiples desvaríos espirituales y materiales.

     En especial, Castro recibió instrucciones de reseñar, del modo más didáctico y a la vez más efectista posible, el aparente sustento teórico de los preconceptos que esa clase media moralmente degradada había acuñado respecto de la entonces Presidenta de la Nación. Por alguna razón relacionada con el álea de la ignorancia, los sectores asalariados y pequeño-cuentapropistas “anti K” vinculaban a la Primera Mandataria con algunos estereotipos de salud, fuertemente afines a las ideas hiperbólicas de locura que formaban parte de sus contenidos de inmigración.

     Con el objeto de hacerse de ese capital corroído y utilizarlo a favor de la construcción de un nuevo orden político, el poder real contrató al doctor Castro a fin de que mintiera en todas las instancias de comunicación masiva y destacara sin vergüenza ninguna –desde su indiscutible validación conferida por la neurología de sus espectadores- los supuestos visos de insania que padecería y ostentaría Cristina Fernández de Kirchner.

     Su trabajo consistió, en este contexto, en emitir públicamente diagnósticos de salud mental que involucraban a la esposa de Néstor Kirchner. Esta locución médico mediático – paciente ausente alcanzó su clímax de irrealidad cuando Castro, frente a las cámaras programadas, sindicó a Cristina Fernández como víctima de un ignoto “Síndrome de Hubris, trastorno psiquiátrico consistente en ejercer el despotismo arrogante y el desconocimiento soberbio de los derechos de las personas en cualquier instancia de poder.

     El encuadramiento sintomatológico fue rabiosamente aceptado por la clase media, que encontró en las palabras del galeno catódico un canal de legitimación médica de lo que hasta ahora se había traducido como insultos. La clase media sintió, a partir de la validación castrense, que podía despreciar al kirchnerismo con apoyatura en conocimientos aportados por la ciencia, algo que no sucedía en la Historia Universal desde el desarrollo del sistema político-racial elaborado y emprendido por el nacionalsocialismo alemán. Con el sostén aportado por la aparente teoría sanitaria y emitido por el médico que había elegido comunicar a la gente, el mediopelo tuvo su argumento de autoridad para, ya definitivamente, clausurar toda puerta que abriera el camino del razonamiento virtuoso y abrazar el macrismo en absoluta fiesta de preconceptos consagrados.

     Como genial acentuación de su doctrina pagada, y para evitar que a sus palabras se las llevara el mismo viento que había arrastrado el criterio de los abusados del 2001 (y que ahora, salvados de la miseria por el Matrimonio Presidencial, desconocían con ruindad a sus benefactores), el doctor Castro asentó en libro sus disparates de consultorio. Secreto de Estado – La verdad sobre la salud de Cristina Fernández fue récord de ventas entre los nuevos “indignados” de asado semanal y proyecto de tour europeo de 20 días - 15 capitales.

     El texto castreano plantea la absurda necesidad de abordar la locura específica de Cristina Fernández –que da por sentada, como premisa de sus ideaciones editoriales- en carácter de cuestión de interés público, involucrando así a todos en la defensa de un país que postulaba timoneado con peligro para “nosotros y nuestros hijos” por una Ajab del poder. Algunos capítulos dan cuenta de las intenciones de penetración e instalación en la idea mórbida ya desarrollada por su público: “Es bipolar” (Capítulo I); “El Cáncer que no fue” (Capítulo II); “Hay que temerle a Dios… y un poquito a mí” (Capítulo III, base de las especulaciones húbricas); “Tropezón y Caída” (Capítulo IV); “Fiebre de un domingo por la tarde” (Capítulo V); “Hay que cuidar la máquina” (Capítulo VII) y un epílogo -cuya rotulación como “Addendum” consolida la apreciación jerárquica del volumen entre la clase media mayormente iletrada- titulado “La Unidad Médica Presidencial”.

     Nelson Castro fue uno de los conductores de la llamada “Marcha por Nisman” del 18 de febrero de 2015, en la que diversos funcionarios jerárquicos del Poder Judicial se volcaron a las calles para reclamar la misma Justicia que ellos estaban encargados de impartir. Aquel día, bajo una lluvia de verano que también sugería “limpieza”, Castro pintó con tonos de mesura en la tragedia decenas de imágenes de contundente poder de penetración en sus expectadores ya definitivamente captados. Por entonces, algunas provincias comenzaban a elegir autoridades locales en elecciones que, una a una, iba ganando el macrismo. En aquella emisión, Castro recibió varias instrucciones centrales respecto del modo de comunicar y de los contenidos: una de ellas fue la de omitir adrede el carácter ilegal de la marcha, prohibida desde el dictado de las primeras normas sobre ejercicio de la judicatura, que impiden a jueces, fiscales y agentes con rango de funcionario o magistrado participar de actividades de carácter político.

     Con la caída del macrismo, el periodista-doctor ha perdido cierto predicamento, que seguramente retomará cuando la derecha neoliberal retome el poder, algo que, dado el estado de anomia cultural de nuestras mayorías, ciertamente acaecerá mucho antes de su muerte.

     Sería desacertado afirmar que Castro ha pecado de ingenuo al aceptar el pago del poder real para formar parte de la troupe segadora del criterio del mediopelo. Su capacidad de elaboración de discurso y las múltiples áreas en las que ha desarrollado su actividad rentada en pos del ascenso y mantenimiento de Mauricio Macri en el poder dan pábulo a la idea de que su decisión de naturalizar la mentira emocional fue claramente dolosa.

     Por esa razón, que lo sindica como uno de los principales hacedores del mal sugestivo que desencadenó en el advenimiento de la dictadura macrista, Nelson Castro es parte de este Prontuario de Gabinete, cuya página será escrutada cuando la Historia y –especialmente- los hombres venzan la cobardía y asuman el superior ministerio de juzgar, de acuerdo con criterios elementales de verdad, equidad y necesidad racional de justo castigo.

1 comentario:

  1. Los entretejidos de la historia se presentan de manera adversa siempre no se qué encuentran de novedoso en que la adversidad de todo de la humanidad entera.gracias .soledad Barberis

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