Nombre completo: Nelson Alberto
Castro
Fecha de Nacimiento: 5 de abril
de 1955
Nelson Castro es un intelectual
de medianas aptitudes, moderado ejercicio y buena captación y respeto por parte
del “público en general”. Prestó su alistamiento voluntario y oneroso a favor
de los intereses desmedidos de las corporaciones mediáticas, que le digitaron
los ámbitos, los contenidos y las formas de exposición del pensamiento. La
clase media televisiva sabe que el apelativo de “doctor” le viene de haber
cursado y terminado la carrera de Medicina en la Universidad de Buenos Aires; y
que la exhibición descontextualizada de su especialidad –la neurología- lo ha
ubicado en un sitial de emisor válido de enunciados relativos al estado de
salud mental de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Por lo demás, Castro
también ha estudiado periodismo y música: habría compuesto, incluso, algunas
sinfonías. Es autor de varios libros, ensayos más o menos periodísticos
con algún viso de verdad protouniversitaria, al mismo estilo de acercamiento descontracturado
a la cultura que postula el suplemento “Ñ” de su empleador, dirigido al público
de clase media algo profesional o con estudios terciarios sin terminar.
Antes de concertar su ingreso al
Grupo Clarín, Castro demostró habilidad para abordar fenómenos complejos: cursó
una maestría en Estados Unidos y logró ser acreditado en la Casa Blanca como
periodista internacional en las conferencias brindadas por Ronald Reagan. A
partir de entonces, tejió relaciones con el llamado “Departamento de Estado”
norteamericano –la oficina administrativa que concreta la política exterior
de aquel país- que le permitieron acceder a ciertas posiciones de privilegio en
el entorno del periodismo político, tales como la autorización de la Embajada
de EE. UU. para establecer comunicaciones con personal militar durante la
Guerra del Golfo Pérsico en 1991 y las entrevistas a diversos líderes
latinoamericanos. Casualmente, Nelson Castro se encontraba en Nueva York el 11
de septiembre de 2001, día del atentado a las Torres Gemelas.
El Grupo Clarín lo tenía como
miembro de su staff ya en el inicio de la campaña de sugestión colectiva que,
en forma efectivísima, captó el criterio de una mayoría sustentada en el
ejercicio y la promoción de antivalores ancestrales, con el logrado fin de
entronizar a Mauricio Macri en la Presidencia de la Nación. Su programa “El
Juego Limpio” (que se emitía desde 1998), había logrado el favor de un sector
cada vez más numeroso de empleados adultos y jubilados que más o menos superaban
los dos salarios mínimos, vitales y móviles. Finalmente, el holding dirigido
por Héctor Magnetto aprovechó su despido de Radio Del Plata, cuyos dueños eran
por entonces allegados al kirchnerismo, para construirlo como figura central de difusión
del discurso macrista.
Más tarde, precedió al programa
de Víctor Hugo Morales en Radio Continental, en el horario de 6 a 9 de la
mañana: desde allí, con “La Mirada Despierta”, continuó su actividad de fogoneo
crítico y estigmatizador de Cristina Fernández y del “entorno K”, a quienes se
sindicaba como autores de los más múltiples desvaríos espirituales y materiales.
En especial, Castro recibió
instrucciones de reseñar, del modo más didáctico y a la vez más efectista
posible, el aparente sustento teórico de los preconceptos que esa clase media
moralmente degradada había acuñado respecto de la entonces Presidenta de la
Nación. Por alguna razón relacionada con el álea de la ignorancia, los sectores
asalariados y pequeño-cuentapropistas “anti K” vinculaban a la Primera Mandataria
con algunos estereotipos de salud, fuertemente afines a las ideas hiperbólicas de
locura que formaban parte de sus contenidos de inmigración.
Con el objeto de hacerse de ese
capital corroído y utilizarlo a favor de la construcción de un nuevo orden
político, el poder real contrató al doctor Castro a fin de que mintiera en
todas las instancias de comunicación masiva y destacara sin vergüenza ninguna –desde su indiscutible validación conferida por la neurología de sus espectadores- los supuestos visos de insania que padecería y
ostentaría Cristina Fernández de Kirchner.
Su trabajo consistió, en este
contexto, en emitir públicamente diagnósticos de salud mental que involucraban
a la esposa de Néstor Kirchner. Esta locución médico mediático – paciente ausente
alcanzó su clímax de irrealidad cuando Castro, frente a las cámaras
programadas, sindicó a Cristina Fernández como víctima de un ignoto “Síndrome
de Hubris”, trastorno psiquiátrico consistente en ejercer el despotismo
arrogante y el desconocimiento soberbio de los derechos de las personas en
cualquier instancia de poder.
El encuadramiento sintomatológico
fue rabiosamente aceptado por la clase media, que encontró en las palabras del galeno catódico un canal de legitimación médica de lo que hasta ahora se había traducido como
insultos. La clase media sintió, a partir de la validación castrense, que podía
despreciar al kirchnerismo con apoyatura en conocimientos aportados por la
ciencia, algo que no sucedía en la Historia Universal desde el desarrollo del
sistema político-racial elaborado y emprendido por el nacionalsocialismo
alemán. Con el sostén aportado por la aparente teoría sanitaria y emitido por el médico que había elegido comunicar a la gente, el mediopelo tuvo su argumento de autoridad para, ya
definitivamente, clausurar toda puerta que abriera el camino del razonamiento
virtuoso y abrazar el macrismo en absoluta fiesta de preconceptos consagrados.
Como genial acentuación de su
doctrina pagada, y para evitar que a sus palabras se las llevara el mismo
viento que había arrastrado el criterio de los abusados del 2001 (y que ahora, salvados
de la miseria por el Matrimonio Presidencial, desconocían con ruindad a sus
benefactores), el doctor Castro asentó en libro sus disparates de consultorio. Secreto de Estado – La verdad sobre la salud
de Cristina Fernández fue récord de ventas entre los nuevos “indignados” de
asado semanal y proyecto de tour europeo de 20 días - 15 capitales.
El texto castreano plantea la absurda
necesidad de abordar la locura específica de Cristina Fernández –que da por
sentada, como premisa de sus ideaciones editoriales- en carácter de cuestión
de interés público, involucrando así a todos en la defensa de un país que
postulaba timoneado con peligro para “nosotros y nuestros hijos” por una Ajab
del poder. Algunos capítulos dan cuenta de las intenciones de penetración e
instalación en la idea mórbida ya desarrollada por su público: “Es bipolar”
(Capítulo I); “El Cáncer que no fue” (Capítulo II); “Hay que temerle a Dios… y
un poquito a mí” (Capítulo III, base de las especulaciones húbricas); “Tropezón
y Caída” (Capítulo IV); “Fiebre de un domingo por la tarde” (Capítulo V); “Hay
que cuidar la máquina” (Capítulo VII) y un epílogo -cuya rotulación como “Addendum”
consolida la apreciación jerárquica del volumen entre la clase media mayormente
iletrada- titulado “La Unidad Médica Presidencial”.
Nelson Castro fue uno de los
conductores de la llamada “Marcha por Nisman” del 18 de febrero de 2015, en la
que diversos funcionarios jerárquicos del Poder Judicial se volcaron a las
calles para reclamar la misma Justicia que ellos estaban encargados de impartir.
Aquel día, bajo una lluvia de verano que también sugería “limpieza”, Castro
pintó con tonos de mesura en la tragedia decenas de imágenes de contundente
poder de penetración en sus expectadores ya definitivamente captados. Por
entonces, algunas provincias comenzaban a elegir autoridades locales en
elecciones que, una a una, iba ganando el macrismo. En aquella emisión, Castro
recibió varias instrucciones centrales respecto del modo de comunicar y de los
contenidos: una de ellas fue la de omitir adrede el carácter ilegal de la
marcha, prohibida desde el dictado de las primeras normas sobre ejercicio de la
judicatura, que impiden a jueces, fiscales y agentes con rango de funcionario o
magistrado participar de actividades de carácter político.
Con la caída del macrismo, el
periodista-doctor ha perdido cierto predicamento, que seguramente retomará
cuando la derecha neoliberal retome el poder, algo que, dado el estado de
anomia cultural de nuestras mayorías, ciertamente acaecerá mucho antes de su
muerte.
Sería desacertado afirmar que
Castro ha pecado de ingenuo al aceptar el pago del poder real para formar parte
de la troupe segadora del criterio del mediopelo. Su capacidad de elaboración
de discurso y las múltiples áreas en las que ha desarrollado su actividad
rentada en pos del ascenso y mantenimiento de Mauricio Macri en el poder dan
pábulo a la idea de que su decisión de naturalizar la mentira emocional fue
claramente dolosa.
Por esa razón, que lo sindica
como uno de los principales hacedores del mal sugestivo que desencadenó en el advenimiento
de la dictadura macrista, Nelson Castro es parte de este Prontuario de
Gabinete, cuya página será escrutada cuando la Historia y –especialmente- los
hombres venzan la cobardía y asuman el superior ministerio de juzgar, de
acuerdo con criterios elementales de verdad, equidad y necesidad racional de
justo castigo.
Los entretejidos de la historia se presentan de manera adversa siempre no se qué encuentran de novedoso en que la adversidad de todo de la humanidad entera.gracias .soledad Barberis
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