jueves, 20 de febrero de 2020

Sección "Partícipes Necesarios" - Hoy: Santiago DEL MORO

     Nombre completo: Santiago Pascual DEL MORO
     Fecha de nacimiento: 9 de febrero de 1978

La sensación de superficialidad aséptica que transmite Santiago del Moro fue sumamente aprovechada por los programadores de la acción de marketing comunicacional macrista, para llevar a cabo sus fines de penetración sugestiva.

El público lo conoció a los 20 años, a fines de la década de 1990, como conductor de programas para adolescentes en la filial de la canadiense MuchMusic, una señal de televisión por cable dedicada a la difusión de música comercial con arraigo en la banalidad y en la omisión explícita de todo aquello que importe alguna forma de compromiso -siquiera mínima- con cualquier sistema de ideas. Los programas en los que participó recibieron nombres decididamente exentos de vinculación con lo esencial, aunque claramente amigables con lo invisible: Flow, Countdown, De Cerca (cuya más recordada emisión fue protagonizada por el grupo para niños y post-púberes Erreway).

Con posterioridad, Santiago se dedicó al mismo cotilleo de la farándula vernácula que en su tiempo habían menudeado la Tía Valentina del programa Buenas Tardes, Mucho Gusto; el chimentero Luis Pedro Toni, mención obligada en los magazines del tirano popular y chabacano intencional oneroso Gerardo Sofovich; el correveidile uruguayo y vespertino Lucho Avilés, creador del tanque gerontológico Indiscreciones; y el entonces pasatista Jorge Rial, quien, antes de ser contratado por el duhaldismo, refería únicamente liviandades del entorno TV al estilo desvergonzado, de falsa estudiantina y abultada carga de excesos de la noche empresaria que perfilaron los primeros años de adolescencia tardía e irresponsable de Videomatch.

Acumuladas sus performances de líder insustancial en los vanos Infama e Intratables –que abarcaron, sumados y aun superpuestos, una década entera- Del Moro fue seleccionado por el macrismo para acentuar la difusión del prototipo de un nuevo vecino que, desde la franqueza del “buen ignorante”, decidía dar la espalda a las creaciones de un sentido común “intoxicado por la política” y poner en valor las verdades sencillas de una clase media “laburante” e “indignada”.

Intratables, un tinglado de habladurías sobre la comedia local, fue precisamente el espacio elegido por los especialistas en comunicación del macrismo para exponer una interpelación deslenguada a la comunidad política, desde la mediocridad revalorizada. Ninguno de los “panelistas” de Intratables tenía especial versación sobre alguna cosa; como correlato, ninguna de las batallas verbales que a los gritos se prodigaban aquellos ganapanes, administradas desde la pureza racial por Santiago, aportaba objetivamente más elementos que una pelea cualquiera entre compadres rústicos o comadronas exaltadas. Prendidos al vértigo del “minuto a minuto”, operadores pagos y más o menos psicópatas dictaban instrucciones a los participantes a través de las “cucarachas” –pequeños micrófonos insertados violenta y directamente en el canal auricular del provocador- y así, en el fragor de la batahola iracunda, toda verdad quedaba relativizada, a favor de la profundización de las distancias entre el kirchnerismo corrupto y el cambio honesto.

Este sostén conventillero, estetizado para imitar los niveles que la clase media cree que tienen las licencias orgiásticas de los ricos, fue ávidamente consumido por un público que aceptó la propia extinción de su capacidad crítica y que, además, generó canales de identificación con las pobrezas objetivas de los planteos propuestos por el asalariado Del Moro.

El pico máximo de esta tarea de efectividad, ya directamente programado como un acto de genuflexión sugestiva, se dio cuando, en “emisión especial”, entrevistó al presidente Macri el día 9 de agosto de 2017, pocos días antes de las primeras (y últimas) elecciones de medio término que afrontaría el gobierno triunfante en 2015.

Especialmente limpísimo, Santiago fue utilizado a cambio de un pago para ocultar con enlucido de trivialidades el daño generado por el proyecto neoliberal, y también para enaltecer la figura de Mauricio Macri desde un mangrullo insípido aunque puramente emocional. Allí, Del Moro desplegó la misma hipocresía gestual y las mismas sonrisas defensivas en contexto de vacío discursivo que cada mensual de clase media histrioniza cuando habla con su jefe. La táctica neoliberal apuntaba, esta vez, al naturalismo degradante.

Cristina no tenía en su cabeza entregar el mando”, mintió Mauricio en aquella ocasión, para la ciudad y el mundo. “Porque tiene un problema psicológico”, continuó. “Ella debe creer que todavía tiene el mando de la Argentina”. Santiago, impecable, asentía como nuestro mejor sobrino. Mientras, Macri auguraba: “El país va a crecer más el año que viene [2018], porque mucha gente va a apostar por nuestro futuro y va a venir y va crear más empleo”.

Cuatro meses después de montarse en aquel tinglado, Santiago del Moro convino cuarteles de invierno con sus empleadores. Regenteado por la empresa Telefé, el poder real agradeció los servicios prestados ordenándole conducir un espacio en el que la misma clase media a la que él contribuyó a embrutecer alimenta su vulgar sueño ancestral de ganar rápidamente mucho dinero. Allí, Del Moro, un adulto de ya cuatro décadas, biencasado y papi de dos soles, despliega un sainete de falso lujo en el que, de a uno, de a dos o de a tres, exponentes arquetípicos del vecino de al lado juegan a validar su pobreza cultural. En “¿Quién quiere ser millonario?”, el programa de preguntas y respuestas a que se aficionó la clase media macrista en el último tramo del gobierno de su idolatrado, Santiago recibió la misión de sustituir las lecciones de sabiduría por manifestaciones de un canto a la vida lelo y aceptante de las relaciones de explotación, diluidas bajo el velo de las mismas ilusiones ingenuas que nuestros bisabuelos ponían en la carrera de los hijos o en la lotería. La emisión es, también, una exposición validante de paradigmas de la tosquedad que opera como canal informal de control social.

Podría quizás aventurarse que, en la lograda cadena de éxitos procurada por el macrismo –que contaba como objetivo alcanzado cada individual exterminio del criterio-  Santiago del Moro fue objeto de proyección de lo que la clase media degradada quiso para sus hijos.

Su figura y sus licencias de honestidad iletrada continúan aportando la misma deseada máscara hiperbólica que cada pequeño empleado o cuentapropista aspira a reconocer en su prole, la misma corrección forzada y pueril que cada oficinista ejerce para ignorar y hacer ignorar la dinámica de la explotación, el mismo brillo infantil que infunde seducción a la mentira y la misma sugerida perversión polimorfa que Freud postulaba acerca de los niños.

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