martes, 25 de febrero de 2020

Sección "Partícipes Necesarios" - Hoy: Fernando IGLESIAS

     Nombre Completo: Fernando Adolfo Iglesias
     Fecha de Nacimiento: 14 de mayo de 1957

     Si algo diferencia a Fernando Iglesias de “Baby” Etchecopar es algún acercamiento a la lectura de doctrinas más o menos resumidas y el ejercicio de profesiones diversas y no meramente predicadas, detalle que le da a sus enunciados cierto color de acercamiento con lo informado. Iglesias, debe tenerse presente, fue durante los primeros setentas un trotskista de fuste: por aquellos años, no se entendía la izquierda sin versación en alguna literatura surgida de la universidad de masas.

     Exiliado por sus vinculaciones políticas y sus imposibilidades económicas, en Italia entrenó un equipo de vóley de segunda división: allí dijo haber sufrido presiones provenientes de la mafia.

     Ya en el entorno de la cuarentena, regresó a la Argentina y estudió en el Taller Escuela Agencia (TEA), una institución que impulsaba la profesionalización del “nuevo periodismo”, enmarcada, entre otros contextos, en la revolución comunicacional que había generado el diario lanatista Página/12. Según algunas citas biográficas, trabajó como conductor de camiones, enseñó a bailar el tango y también, aparentemente, habría impartido clases de italiano y alguna otra lengua.

     Afianzado en el periodismo y en el estudio autodidacta del fenómeno de la globalización –en tiempos en que no existían los tutoriales de Youtube- Fernando fue contratado para escribir sueltos en los principales diarios argentinos, en productos de la Editorial Perfil y en los resabios revisteriles que prolongaron el proyecto de la malograda Veintiuno.

     En estas plataformas, Iglesias comenzó a desplegar –si bien moderado por las exigencias de sus patrones- un incipiente rosario de diatribas antiperonistas, efervescencias pendientes de su primer discurso soviético, ahora libres de la pobreza de la militancia y fuertemente solventadas por el aparato comunicacional enriquecido por el poder real.

     Movido por su vocación de variedades, decidió abrazar formalmente el ejercicio partidario. A ese efecto, fue paulatinamente escondiendo el elefante de su vieja subversión en la plaza del pueblo: la democracia capitalista le dio el ámbito de estridencia amigable con sus agujeros de ilustración y la insuficiencia de sus capacidades argumentativas, que con incesante cerumen le taponaban las necesidades de expresión.

     Una cosa fue trayendo la otra (se distinguió como diputado por la lista de “Lilita” Carrió entre 2007 y 2011), hasta que, un día, la misma derecha contra la cual su ideología de base encendía fuegos de artificio lo tentó con el poder y la gloria: habiendo gritado a los cuatro vientos su ira moral contra el peronismo en general y el kirchnerismo en particular, Fernando se unió a las filas del neoliberalismo y fue incluido tercero en la lista de Cambiemos para las elecciones del año 2017, quizás a pago de sus labores de sugestión periodística en todos los medios hegemónicos.

     Aliado a quien otrora fuera el “chancho burgués”, en su acción parlamentaria Iglesias se dedicó con ahínco a batallar por la institucionalidad y la decencia a través, sobre todo, de un voraz desempeño en la red social Twitter.

     En este sacerdocio, el diputado del cambio –elegido por más del 50 % del electorado porteño- echó mano de los tres estamentos del humor sugerente: la ironía, el sarcasmo, la mordacidad. Abundan en sus enunciados virtuales gritos de seriedad doctrinaria como “badulaque kirchneroide”, “patria sí; Peronia, no”; “contala como quieras, kumpa”; referencias a “los que la tienen enterrada en bolsas con billetes de quinientos euros en la Patagonia”; menciones a que “Alberto Fernández se pone como lacaaa”; consejos relativos a que “si vas a ser el pelotudo del año, tenés que hacerlo bien”; “contate el de Jaimito cuando va a la Unidad Básica creyendo que es una panadería”; “te pusiste la gorra kirchnerista”; “qué vergüenza es ser kirchnerista” y muchísimas otras. Su cuenta tiene, a febrero de 2020, más de 122.000 tuits.

     Con estas herramientas discursivas, defendió los “tarifazos” implementados por el macrismo y la obscena toma de deuda, siempre conectando sus conclusiones con alguna referencia insultante a los gobiernos de Juan Domingo Perón, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández; criticó la iniciativa del varias veces postulado al Premio Nobel de la Paz Juan Carr de albergar gente en situación de calle en estadios de fútbol, bajo la pretensión de ser “una opereta del kirchnerismo”; se burló del estado de salud de Florencia Kirchner, hija de la ex Presidenta de la Nación; apoyó todos y cada uno de los exabruptos de su otrora mentora Elisa Carrió; se mofó del asesinato de Santiago Maldonado por parte de la Gendarmería macrista y se pronunció favorablemente acerca de cada acto de represión policial ordenado por sus jefes políticos.

     Mientras tanto, fue escribiendo libros. Su primera, audaz y alborada República de la Tierra-Globalización: el fin de las Modernidades Nacionales (que nació con el milenio) prenuncia las fatales confirmaciones de Twin Towers: el colapso de los estados nacionales (2002) y las desorientaciones gnósticas de ¿Qué significa hoy ser de izquierda? (2004); para, ya en forma contundente, proponer un Nuevo Orden Político que aúne a todas las Repúblicas de bien a través del aún no suficientemente debatido, escrutado e incluso vendido Globalizar la Democracia - Por un Parlamento Mundial (2006).

     Ya en tiempos de su primera diputación, el profesor Iglesias publicó el disruptivo Kirchner y yo – Por qué no soy kirchnerista (2007), en el que prima el lenguaje directo, libre de todo ornato devenido de las cuestionables imposiciones de la escolarización. Las exigencias de sus labores parlamentarias le demandaron un patriótico impasse de producción literaria; no obstante, vencido por las fuerzas de una interminable pasión comunicacional, volvió a abrevar en la alta misión de construir una epistemología filosófica de la informática: dio así a luz La modernidad global: una revolución copernicana en los asuntos humanos (2011), injustamente ignorado por las élites sociológicas y por el público en general. Esta impronta relativista se repite en La cuestión Malvinas: crítica del nacionalismo argentino (2012), obra quizás exenta de mayores méritos, pero ciertamente contemporánea al inicio de la campaña de exaltación de antivalores onerosamente emprendida por el macrismo. En este sentido, su grano de arena conllevaba el norte ambicioso de perpetrar la fumigación de la argentinidad simbólica, contaminación que tuvo su pico máximo en la inclusión de imágenes de peluches en los billetes de uso corriente.

     Sus dos últimos trabajos -Es el peronismo, estúpido, publicado en pleno 2015; y La Década Sakeada, de 2016- dan cuenta de su campeo por una arena decidida y venturosa, teatro gramatical donde la concisión párrafo se subordina al fin de la estocada belicosa y certera, a los trabajos suburbanos anejos al triunfo de las ideas, a las protestas de virilidad que impone la ejecución de toda empresa de orden y progreso, a sus aportes para la edificación de un modelo de ciudadano íntegro. Objetivos que, por cierto, Iglesias aún no ha alcanzado.

     Así como gran parte de la clase media escogió voluntariamente el camino de la mediocridad para construirse y perpetuarse, Fernando Iglesias parece querer ser malo, desafiando con ello, quizás, su destino último de buen profesor de gimnasia. Su fanatismo hoy legislativamente encauzado –que, sin embargo, penetra con gusto en la percepción del público macrista- recuerda los desvaríos de la trabajadora social Marta Ezcurra, elemento de la Revolución Fusiladora encargado, entre otras cosas, de destruir los bancos de sangre de los hospitales por considerarla “sangre peronista”.

     Sin embargo, y hasta quizás como ejercicio de morbo intelectual, es vivamente recomendable pasear cada tanto por las manifestaciones verbales y escritas de Fernando Iglesias. A la distancia, levantan un amontonadero imparable de elaboraciones de aspiración incisiva tan petulantes y tan sumamente graciosas que, dichas en contexto de stand-up, serían un éxito; si es que no formaran parte del desiderata de uno de esos ex revolucionarios arquetípicos y actuales alcahuetes atados a las veleidades del poder, de los que hubo para lamentar en todas las épocas.

     A Iglesias, grotesco esencial, le sobra desvergüenza para exhibirse, por lo que ha sido un protagonista destacado en la tarea de penetración psicológica asumida por el macrismo con el objeto de hacerse del poder formal. Para predecir su futuro, sólo haría falta saber si la derecha neoliberal vernácula estará dispuesta a renovarle el contrato de partenaire.

     Y es que, al igual que a la clase media macrista que ha contribuido a estupidizar, el porvenir y la integridad material y espiritual de Iglesias dependen del capricho de sus jefes. Como los monos, ni él ni sus sugestionados pueden hacer gran cosa con el dedo pulgar, y por ello son las posibilidades de otros, más evolucionados, las que rigen sus acciones y deciden sobre su dignidad.

sábado, 22 de febrero de 2020

Sección "Partícipes Necesarios" - Hoy: Eduardo FEINMANN


Su impronta principal de moralista
Propicia la moral de lo social
Y así, por no ser sólo nacional,
Feinmann es nacional y socialista.

En su programa de orden societario
Echando mano de determinismos
Feinmann exalta el fundamentalismo
Que alimenta el sentir del orden ario.

Pagados sus trabajos con usura
Por el partido de Ojos Azulados
La virtud inmanente a la blancura

Toma la forma de comunicados.
Comunica el macrismo en forma pura
Eduardo, neonazi tolerado.

jueves, 20 de febrero de 2020

Sección "Partícipes Necesarios" - Hoy: Santiago DEL MORO

     Nombre completo: Santiago Pascual DEL MORO
     Fecha de nacimiento: 9 de febrero de 1978

La sensación de superficialidad aséptica que transmite Santiago del Moro fue sumamente aprovechada por los programadores de la acción de marketing comunicacional macrista, para llevar a cabo sus fines de penetración sugestiva.

El público lo conoció a los 20 años, a fines de la década de 1990, como conductor de programas para adolescentes en la filial de la canadiense MuchMusic, una señal de televisión por cable dedicada a la difusión de música comercial con arraigo en la banalidad y en la omisión explícita de todo aquello que importe alguna forma de compromiso -siquiera mínima- con cualquier sistema de ideas. Los programas en los que participó recibieron nombres decididamente exentos de vinculación con lo esencial, aunque claramente amigables con lo invisible: Flow, Countdown, De Cerca (cuya más recordada emisión fue protagonizada por el grupo para niños y post-púberes Erreway).

Con posterioridad, Santiago se dedicó al mismo cotilleo de la farándula vernácula que en su tiempo habían menudeado la Tía Valentina del programa Buenas Tardes, Mucho Gusto; el chimentero Luis Pedro Toni, mención obligada en los magazines del tirano popular y chabacano intencional oneroso Gerardo Sofovich; el correveidile uruguayo y vespertino Lucho Avilés, creador del tanque gerontológico Indiscreciones; y el entonces pasatista Jorge Rial, quien, antes de ser contratado por el duhaldismo, refería únicamente liviandades del entorno TV al estilo desvergonzado, de falsa estudiantina y abultada carga de excesos de la noche empresaria que perfilaron los primeros años de adolescencia tardía e irresponsable de Videomatch.

Acumuladas sus performances de líder insustancial en los vanos Infama e Intratables –que abarcaron, sumados y aun superpuestos, una década entera- Del Moro fue seleccionado por el macrismo para acentuar la difusión del prototipo de un nuevo vecino que, desde la franqueza del “buen ignorante”, decidía dar la espalda a las creaciones de un sentido común “intoxicado por la política” y poner en valor las verdades sencillas de una clase media “laburante” e “indignada”.

Intratables, un tinglado de habladurías sobre la comedia local, fue precisamente el espacio elegido por los especialistas en comunicación del macrismo para exponer una interpelación deslenguada a la comunidad política, desde la mediocridad revalorizada. Ninguno de los “panelistas” de Intratables tenía especial versación sobre alguna cosa; como correlato, ninguna de las batallas verbales que a los gritos se prodigaban aquellos ganapanes, administradas desde la pureza racial por Santiago, aportaba objetivamente más elementos que una pelea cualquiera entre compadres rústicos o comadronas exaltadas. Prendidos al vértigo del “minuto a minuto”, operadores pagos y más o menos psicópatas dictaban instrucciones a los participantes a través de las “cucarachas” –pequeños micrófonos insertados violenta y directamente en el canal auricular del provocador- y así, en el fragor de la batahola iracunda, toda verdad quedaba relativizada, a favor de la profundización de las distancias entre el kirchnerismo corrupto y el cambio honesto.

Este sostén conventillero, estetizado para imitar los niveles que la clase media cree que tienen las licencias orgiásticas de los ricos, fue ávidamente consumido por un público que aceptó la propia extinción de su capacidad crítica y que, además, generó canales de identificación con las pobrezas objetivas de los planteos propuestos por el asalariado Del Moro.

El pico máximo de esta tarea de efectividad, ya directamente programado como un acto de genuflexión sugestiva, se dio cuando, en “emisión especial”, entrevistó al presidente Macri el día 9 de agosto de 2017, pocos días antes de las primeras (y últimas) elecciones de medio término que afrontaría el gobierno triunfante en 2015.

Especialmente limpísimo, Santiago fue utilizado a cambio de un pago para ocultar con enlucido de trivialidades el daño generado por el proyecto neoliberal, y también para enaltecer la figura de Mauricio Macri desde un mangrullo insípido aunque puramente emocional. Allí, Del Moro desplegó la misma hipocresía gestual y las mismas sonrisas defensivas en contexto de vacío discursivo que cada mensual de clase media histrioniza cuando habla con su jefe. La táctica neoliberal apuntaba, esta vez, al naturalismo degradante.

Cristina no tenía en su cabeza entregar el mando”, mintió Mauricio en aquella ocasión, para la ciudad y el mundo. “Porque tiene un problema psicológico”, continuó. “Ella debe creer que todavía tiene el mando de la Argentina”. Santiago, impecable, asentía como nuestro mejor sobrino. Mientras, Macri auguraba: “El país va a crecer más el año que viene [2018], porque mucha gente va a apostar por nuestro futuro y va a venir y va crear más empleo”.

Cuatro meses después de montarse en aquel tinglado, Santiago del Moro convino cuarteles de invierno con sus empleadores. Regenteado por la empresa Telefé, el poder real agradeció los servicios prestados ordenándole conducir un espacio en el que la misma clase media a la que él contribuyó a embrutecer alimenta su vulgar sueño ancestral de ganar rápidamente mucho dinero. Allí, Del Moro, un adulto de ya cuatro décadas, biencasado y papi de dos soles, despliega un sainete de falso lujo en el que, de a uno, de a dos o de a tres, exponentes arquetípicos del vecino de al lado juegan a validar su pobreza cultural. En “¿Quién quiere ser millonario?”, el programa de preguntas y respuestas a que se aficionó la clase media macrista en el último tramo del gobierno de su idolatrado, Santiago recibió la misión de sustituir las lecciones de sabiduría por manifestaciones de un canto a la vida lelo y aceptante de las relaciones de explotación, diluidas bajo el velo de las mismas ilusiones ingenuas que nuestros bisabuelos ponían en la carrera de los hijos o en la lotería. La emisión es, también, una exposición validante de paradigmas de la tosquedad que opera como canal informal de control social.

Podría quizás aventurarse que, en la lograda cadena de éxitos procurada por el macrismo –que contaba como objetivo alcanzado cada individual exterminio del criterio-  Santiago del Moro fue objeto de proyección de lo que la clase media degradada quiso para sus hijos.

Su figura y sus licencias de honestidad iletrada continúan aportando la misma deseada máscara hiperbólica que cada pequeño empleado o cuentapropista aspira a reconocer en su prole, la misma corrección forzada y pueril que cada oficinista ejerce para ignorar y hacer ignorar la dinámica de la explotación, el mismo brillo infantil que infunde seducción a la mentira y la misma sugerida perversión polimorfa que Freud postulaba acerca de los niños.

domingo, 16 de febrero de 2020

Sección "Partícipes Necesarios" - Hoy: Nelson CASTRO

     Nombre completo: Nelson Alberto Castro
     Fecha de Nacimiento: 5 de abril de 1955

     Nelson Castro es un intelectual de medianas aptitudes, moderado ejercicio y buena captación y respeto por parte del “público en general”. Prestó su alistamiento voluntario y oneroso a favor de los intereses desmedidos de las corporaciones mediáticas, que le digitaron los ámbitos, los contenidos y las formas de exposición del pensamiento. La clase media televisiva sabe que el apelativo de “doctor” le viene de haber cursado y terminado la carrera de Medicina en la Universidad de Buenos Aires; y que la exhibición descontextualizada de su especialidad –la neurología- lo ha ubicado en un sitial de emisor válido de enunciados relativos al estado de salud mental de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Por lo demás, Castro también ha estudiado periodismo y música: habría compuesto, incluso, algunas sinfonías. Es autor de varios libros, ensayos más o menos periodísticos con algún viso de verdad protouniversitaria, al mismo estilo de acercamiento descontracturado a la cultura que postula el suplemento “Ñ” de su empleador, dirigido al público de clase media algo profesional o con estudios terciarios sin terminar.

     Antes de concertar su ingreso al Grupo Clarín, Castro demostró habilidad para abordar fenómenos complejos: cursó una maestría en Estados Unidos y logró ser acreditado en la Casa Blanca como periodista internacional en las conferencias brindadas por Ronald Reagan. A partir de entonces, tejió relaciones con el llamado “Departamento de Estado” norteamericano –la oficina administrativa que concreta la política exterior de aquel país- que le permitieron acceder a ciertas posiciones de privilegio en el entorno del periodismo político, tales como la autorización de la Embajada de EE. UU. para establecer comunicaciones con personal militar durante la Guerra del Golfo Pérsico en 1991 y las entrevistas a diversos líderes latinoamericanos. Casualmente, Nelson Castro se encontraba en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, día del atentado a las Torres Gemelas.

     El Grupo Clarín lo tenía como miembro de su staff ya en el inicio de la campaña de sugestión colectiva que, en forma efectivísima, captó el criterio de una mayoría sustentada en el ejercicio y la promoción de antivalores ancestrales, con el logrado fin de entronizar a Mauricio Macri en la Presidencia de la Nación. Su programa El Juego Limpio (que se emitía desde 1998), había logrado el favor de un sector cada vez más numeroso de empleados adultos y jubilados que más o menos superaban los dos salarios mínimos, vitales y móviles. Finalmente, el holding dirigido por Héctor Magnetto aprovechó su despido de Radio Del Plata, cuyos dueños eran por entonces allegados al kirchnerismo, para construirlo como figura central de difusión del discurso macrista.

     Más tarde, precedió al programa de Víctor Hugo Morales en Radio Continental, en el horario de 6 a 9 de la mañana: desde allí, con “La Mirada Despierta”, continuó su actividad de fogoneo crítico y estigmatizador de Cristina Fernández y del “entorno K”, a quienes se sindicaba como autores de los más múltiples desvaríos espirituales y materiales.

     En especial, Castro recibió instrucciones de reseñar, del modo más didáctico y a la vez más efectista posible, el aparente sustento teórico de los preconceptos que esa clase media moralmente degradada había acuñado respecto de la entonces Presidenta de la Nación. Por alguna razón relacionada con el álea de la ignorancia, los sectores asalariados y pequeño-cuentapropistas “anti K” vinculaban a la Primera Mandataria con algunos estereotipos de salud, fuertemente afines a las ideas hiperbólicas de locura que formaban parte de sus contenidos de inmigración.

     Con el objeto de hacerse de ese capital corroído y utilizarlo a favor de la construcción de un nuevo orden político, el poder real contrató al doctor Castro a fin de que mintiera en todas las instancias de comunicación masiva y destacara sin vergüenza ninguna –desde su indiscutible validación conferida por la neurología de sus espectadores- los supuestos visos de insania que padecería y ostentaría Cristina Fernández de Kirchner.

     Su trabajo consistió, en este contexto, en emitir públicamente diagnósticos de salud mental que involucraban a la esposa de Néstor Kirchner. Esta locución médico mediático – paciente ausente alcanzó su clímax de irrealidad cuando Castro, frente a las cámaras programadas, sindicó a Cristina Fernández como víctima de un ignoto “Síndrome de Hubris, trastorno psiquiátrico consistente en ejercer el despotismo arrogante y el desconocimiento soberbio de los derechos de las personas en cualquier instancia de poder.

     El encuadramiento sintomatológico fue rabiosamente aceptado por la clase media, que encontró en las palabras del galeno catódico un canal de legitimación médica de lo que hasta ahora se había traducido como insultos. La clase media sintió, a partir de la validación castrense, que podía despreciar al kirchnerismo con apoyatura en conocimientos aportados por la ciencia, algo que no sucedía en la Historia Universal desde el desarrollo del sistema político-racial elaborado y emprendido por el nacionalsocialismo alemán. Con el sostén aportado por la aparente teoría sanitaria y emitido por el médico que había elegido comunicar a la gente, el mediopelo tuvo su argumento de autoridad para, ya definitivamente, clausurar toda puerta que abriera el camino del razonamiento virtuoso y abrazar el macrismo en absoluta fiesta de preconceptos consagrados.

     Como genial acentuación de su doctrina pagada, y para evitar que a sus palabras se las llevara el mismo viento que había arrastrado el criterio de los abusados del 2001 (y que ahora, salvados de la miseria por el Matrimonio Presidencial, desconocían con ruindad a sus benefactores), el doctor Castro asentó en libro sus disparates de consultorio. Secreto de Estado – La verdad sobre la salud de Cristina Fernández fue récord de ventas entre los nuevos “indignados” de asado semanal y proyecto de tour europeo de 20 días - 15 capitales.

     El texto castreano plantea la absurda necesidad de abordar la locura específica de Cristina Fernández –que da por sentada, como premisa de sus ideaciones editoriales- en carácter de cuestión de interés público, involucrando así a todos en la defensa de un país que postulaba timoneado con peligro para “nosotros y nuestros hijos” por una Ajab del poder. Algunos capítulos dan cuenta de las intenciones de penetración e instalación en la idea mórbida ya desarrollada por su público: “Es bipolar” (Capítulo I); “El Cáncer que no fue” (Capítulo II); “Hay que temerle a Dios… y un poquito a mí” (Capítulo III, base de las especulaciones húbricas); “Tropezón y Caída” (Capítulo IV); “Fiebre de un domingo por la tarde” (Capítulo V); “Hay que cuidar la máquina” (Capítulo VII) y un epílogo -cuya rotulación como “Addendum” consolida la apreciación jerárquica del volumen entre la clase media mayormente iletrada- titulado “La Unidad Médica Presidencial”.

     Nelson Castro fue uno de los conductores de la llamada “Marcha por Nisman” del 18 de febrero de 2015, en la que diversos funcionarios jerárquicos del Poder Judicial se volcaron a las calles para reclamar la misma Justicia que ellos estaban encargados de impartir. Aquel día, bajo una lluvia de verano que también sugería “limpieza”, Castro pintó con tonos de mesura en la tragedia decenas de imágenes de contundente poder de penetración en sus expectadores ya definitivamente captados. Por entonces, algunas provincias comenzaban a elegir autoridades locales en elecciones que, una a una, iba ganando el macrismo. En aquella emisión, Castro recibió varias instrucciones centrales respecto del modo de comunicar y de los contenidos: una de ellas fue la de omitir adrede el carácter ilegal de la marcha, prohibida desde el dictado de las primeras normas sobre ejercicio de la judicatura, que impiden a jueces, fiscales y agentes con rango de funcionario o magistrado participar de actividades de carácter político.

     Con la caída del macrismo, el periodista-doctor ha perdido cierto predicamento, que seguramente retomará cuando la derecha neoliberal retome el poder, algo que, dado el estado de anomia cultural de nuestras mayorías, ciertamente acaecerá mucho antes de su muerte.

     Sería desacertado afirmar que Castro ha pecado de ingenuo al aceptar el pago del poder real para formar parte de la troupe segadora del criterio del mediopelo. Su capacidad de elaboración de discurso y las múltiples áreas en las que ha desarrollado su actividad rentada en pos del ascenso y mantenimiento de Mauricio Macri en el poder dan pábulo a la idea de que su decisión de naturalizar la mentira emocional fue claramente dolosa.

     Por esa razón, que lo sindica como uno de los principales hacedores del mal sugestivo que desencadenó en el advenimiento de la dictadura macrista, Nelson Castro es parte de este Prontuario de Gabinete, cuya página será escrutada cuando la Historia y –especialmente- los hombres venzan la cobardía y asuman el superior ministerio de juzgar, de acuerdo con criterios elementales de verdad, equidad y necesidad racional de justo castigo.