Nombre Completo: Fernando Adolfo
Iglesias
Fecha de Nacimiento: 14 de mayo de 1957
Si algo diferencia a Fernando Iglesias de “Baby” Etchecopar
es algún acercamiento a la lectura de doctrinas más o menos resumidas y el
ejercicio de profesiones diversas y no meramente predicadas, detalle que le da
a sus enunciados cierto color de acercamiento con lo informado. Iglesias, debe
tenerse presente, fue durante los primeros setentas un trotskista de fuste: por
aquellos años, no se entendía la izquierda sin versación en alguna literatura
surgida de la universidad de masas.
Exiliado por sus vinculaciones políticas y sus
imposibilidades económicas, en Italia entrenó un equipo de vóley de segunda
división: allí dijo haber sufrido presiones provenientes de la mafia.
Ya en el entorno de la cuarentena, regresó a la Argentina y
estudió en el Taller Escuela Agencia (TEA), una institución que impulsaba la
profesionalización del “nuevo periodismo”, enmarcada, entre otros contextos, en
la revolución comunicacional que había generado el diario lanatista Página/12.
Según algunas citas biográficas, trabajó como conductor de camiones, enseñó a
bailar el tango y también, aparentemente, habría impartido clases de italiano y
alguna otra lengua.
Afianzado en el periodismo y en el estudio autodidacta del
fenómeno de la globalización –en tiempos en que no existían los tutoriales de
Youtube- Fernando fue contratado para escribir sueltos en los principales
diarios argentinos, en productos de la Editorial Perfil y en los resabios
revisteriles que prolongaron el proyecto de la malograda Veintiuno.
En estas plataformas, Iglesias comenzó a desplegar –si bien
moderado por las exigencias de sus patrones- un incipiente rosario de diatribas
antiperonistas, efervescencias pendientes de su primer discurso soviético,
ahora libres de la pobreza de la militancia y fuertemente solventadas por el
aparato comunicacional enriquecido por el poder real.
Movido por su vocación de variedades, decidió abrazar
formalmente el ejercicio partidario. A ese efecto, fue paulatinamente
escondiendo el elefante de su vieja subversión en la plaza del pueblo: la
democracia capitalista le dio el ámbito de estridencia amigable con sus
agujeros de ilustración y la insuficiencia de sus capacidades argumentativas,
que con incesante cerumen le taponaban las necesidades de expresión.
Una cosa fue trayendo la otra (se distinguió como diputado
por la lista de “Lilita” Carrió entre 2007 y 2011), hasta que, un día, la misma
derecha contra la cual su ideología de base encendía fuegos de artificio lo
tentó con el poder y la gloria: habiendo gritado a los cuatro vientos su ira
moral contra el peronismo en general y el kirchnerismo en particular, Fernando se
unió a las filas del neoliberalismo y fue incluido tercero en la lista de
Cambiemos para las elecciones del año 2017, quizás a pago de sus labores de
sugestión periodística en todos los medios hegemónicos.
Aliado a quien otrora fuera el “chancho burgués”, en su acción
parlamentaria Iglesias se dedicó con ahínco a batallar por la institucionalidad
y la decencia a través, sobre todo, de un voraz desempeño en la red social
Twitter.
En este sacerdocio, el diputado del cambio –elegido por más
del 50 % del electorado porteño- echó mano de los tres estamentos del humor
sugerente: la ironía, el sarcasmo, la mordacidad. Abundan en sus enunciados
virtuales gritos de seriedad doctrinaria como “badulaque kirchneroide”, “patria sí;
Peronia, no”; “contala como quieras, kumpa”; referencias a “los que la tienen
enterrada en bolsas con billetes de quinientos euros en la Patagonia”;
menciones a que “Alberto Fernández se pone como lacaaa”; consejos relativos a
que “si vas a ser el pelotudo del año, tenés que hacerlo bien”; “contate el de
Jaimito cuando va a la Unidad Básica creyendo que es una panadería”; “te
pusiste la gorra kirchnerista”; “qué vergüenza es ser kirchnerista” y
muchísimas otras. Su cuenta tiene, a febrero de 2020, más de 122.000 tuits.
Con estas herramientas discursivas, defendió los “tarifazos”
implementados por el macrismo y la obscena toma de deuda, siempre conectando
sus conclusiones con alguna referencia insultante a los gobiernos de Juan
Domingo Perón, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández; criticó
la iniciativa del varias veces postulado al Premio Nobel de la Paz Juan Carr de
albergar gente en situación de calle en estadios de fútbol, bajo la pretensión
de ser “una opereta del kirchnerismo”; se burló del estado de salud de
Florencia Kirchner, hija de la ex Presidenta de la Nación; apoyó todos y cada
uno de los exabruptos de su otrora mentora Elisa Carrió; se mofó del asesinato
de Santiago Maldonado por parte de la Gendarmería macrista y se pronunció
favorablemente acerca de cada acto de represión policial ordenado por sus jefes
políticos.
Mientras tanto, fue escribiendo libros. Su primera, audaz y
alborada República de la Tierra-Globalización: el fin de las Modernidades
Nacionales (que nació con el milenio) prenuncia las fatales confirmaciones de Twin Towers: el colapso de los estados nacionales (2002) y las
desorientaciones gnósticas de ¿Qué significa hoy ser de izquierda? (2004);
para, ya en forma contundente, proponer un Nuevo Orden Político que aúne a
todas las Repúblicas de bien a través del aún no suficientemente debatido,
escrutado e incluso vendido Globalizar la Democracia - Por un Parlamento
Mundial (2006).
Ya en tiempos de su primera diputación, el profesor Iglesias
publicó el disruptivo Kirchner y yo – Por qué no soy kirchnerista (2007), en
el que prima el lenguaje directo, libre de todo ornato devenido de las
cuestionables imposiciones de la escolarización. Las exigencias de sus labores
parlamentarias le demandaron un patriótico impasse
de producción literaria; no obstante, vencido por las fuerzas de una interminable
pasión comunicacional, volvió a abrevar en la alta misión de construir una
epistemología filosófica de la informática: dio así a luz La modernidad
global: una revolución copernicana en los asuntos humanos (2011), injustamente
ignorado por las élites sociológicas
y por el público en general. Esta impronta relativista se repite en La
cuestión Malvinas: crítica del nacionalismo argentino (2012), obra quizás
exenta de mayores méritos, pero ciertamente contemporánea al inicio de la
campaña de exaltación de antivalores onerosamente emprendida por el macrismo.
En este sentido, su grano de arena conllevaba el norte ambicioso de perpetrar la
fumigación de la argentinidad simbólica, contaminación que tuvo su pico máximo
en la inclusión de imágenes de peluches en los billetes de uso corriente.
Sus dos últimos trabajos -Es el peronismo, estúpido, publicado
en pleno 2015; y La Década Sakeada, de 2016- dan cuenta de su campeo por una
arena decidida y venturosa, teatro gramatical donde la concisión párrafo se subordina al fin de la
estocada belicosa y certera, a los trabajos suburbanos anejos al triunfo de las
ideas, a las protestas de virilidad que impone la ejecución de toda empresa de
orden y progreso, a sus aportes para la edificación de un modelo de ciudadano
íntegro. Objetivos que, por cierto, Iglesias aún no ha alcanzado.
Así como gran parte de la clase media escogió voluntariamente
el camino de la mediocridad para construirse y perpetuarse, Fernando Iglesias parece
querer ser malo, desafiando con ello, quizás, su destino último de buen profesor de
gimnasia. Su fanatismo hoy legislativamente encauzado –que, sin embargo,
penetra con gusto en la percepción del público macrista- recuerda los desvaríos
de la trabajadora social Marta Ezcurra, elemento de la Revolución Fusiladora
encargado, entre otras cosas, de destruir los bancos de sangre de los
hospitales por considerarla “sangre peronista”.
Sin embargo, y hasta quizás como ejercicio de morbo
intelectual, es vivamente recomendable pasear cada tanto por las
manifestaciones verbales y escritas de Fernando Iglesias. A la distancia, levantan
un amontonadero imparable de elaboraciones de aspiración incisiva tan petulantes
y tan sumamente graciosas que, dichas en contexto de stand-up, serían un
éxito; si es que no formaran parte del desiderata de uno de esos ex
revolucionarios arquetípicos y actuales alcahuetes atados a las veleidades del
poder, de los que hubo para lamentar en todas las épocas.
A Iglesias, grotesco esencial, le sobra desvergüenza para
exhibirse, por lo que ha sido un protagonista destacado en la tarea de
penetración psicológica asumida por el macrismo con el objeto de hacerse del
poder formal. Para predecir su futuro, sólo haría falta saber si la derecha
neoliberal vernácula estará dispuesta a renovarle el contrato de partenaire.
Y es que, al igual que a la clase media macrista que ha
contribuido a estupidizar, el porvenir y la integridad material y espiritual de
Iglesias dependen del capricho de sus jefes. Como los monos, ni él ni sus
sugestionados pueden hacer gran cosa con el dedo pulgar, y por ello son las
posibilidades de otros, más evolucionados, las que rigen sus acciones y deciden
sobre su dignidad.