Este es el Gendarme Desconocido.
El que decidió apresar a Santiago Maldonado, frágil y
desarmado, para intimidar al resto, como había querido que le enseñaran.
El que lo llevó hasta el río, sabiendo lo que iba a hacer.
El que le continuó pegando mientras Santiago pedía que no le
pegara más.
El que, aun sintiendo el frío del 1º de agosto, le ordenó
que se metiera en el agua, con total consciencia de que la sola temperatura lo
iba a matar.
El que le impidió salir mientras lo apuntaba, a pesar de sus
ruegos.
El que se quedó esperando.
El que vio sus convulsiones de hipotermia y no intervino.
El que, desde la orilla, a pocos metros, vio cómo tragaba agua
y cómo, en algún momento, dejó de moverse.
El que verificó que ya estaba muerto.
El que llevó el cadáver hasta la cámara frigorífica de uno
de esos campos obscenos y allí lo dejó, para que no pudiera determinarse con
exactitud la fecha del asesinato.
El que calló acerca de su paradero.
El que no confesó su autoría.
El que propagó versiones falsas, para que nadie encontrara
el cuerpo ni se culpara del crimen a ningún “camarada”.
El que participó de rastrillajes simulados, sabiendo lo que
hacía.
El que escribió informes intencionalmente falsos para la
investigación judicial.
El que determinó esperar la ocasión para hacerlo “aparecer”.
El que, algunas semanas después, fue a buscar el cuerpo de
Santiago adonde estaba resguardado, solamente porque se lo ordenaron.
El que cargó el cadáver salido de la heladera.
El que lo depositó en la caja del camión.
El que llevó el cuerpo congelado nuevamente hasta la vera
del río, sabiendo que estaba manipulando ilegalmente el cuerpo asesinado de
Santiago Maldonado.
El que le puso algunos billetes en un bolsillo y colocó su documento
en otro, conociendo que ello era parte del plan criminal.
El que tuvo la idea de arrojarlo en algún sector del curso
superior del río.
El que lo tiró por ahí, a la espera de que se descompusiera
en el agua.
El que, pocos días después, fingió haberlo por fin
encontrado.
El que defendió que se había ahogado porque quería nadar.
El que intimidó a sus familiares y contribuyó a estigmatizar
a su hermano.
El que propició la idea de que Santiago Maldonado era un terrorista.
El que la difundió.
El que, en esas circunstancias, se sintió más gendarme que
nunca.
El que se empoderó con la frase de encubrimiento de Patricia
Bullrich: “No voy a tirar ningún gendarme
por la ventana”.
El que hizo grabar esa frase en un sable y se lo regaló para
homenajearla.
El que sabe que, con haber muerto a Santiago Maldonado,
cometió un delito de lesa humanidad, y aun así no le importa.
El que está convencido de que la muerte de Santiago
Maldonado fue un acto de servicio.
El que, habiéndose deshonrado, nos ha deshonrado.
El que nos brinda ejemplo de lo que no se debe y con ello nos conduce hacia un camino libre
de su mal y de sus fantasmas.
FIN
del
Prontuario de
Gabinete