A Fernández le decimos, que no se hagá el vi
Vo a Fernández le decimos que... se… no haga el vivo
… … … … … … …
… … … … … … …
(piensa)
Si congela los salarios
Le salimos con el campo
Ea ea ea ea, ea ea ea é
Ea ea ea ea, ea ea
ea é.
(Adulta mayor con altavoz, en marcha contra el gobierno de
Alberto Fernández, diciembre de 2019).
1.- HIJOS DE LA HISTORIA:
El beneficio jubilatorio ordinario argentino se concede, en
el régimen general, a varones desde los 65 años y a mujeres desde los 60,
siempre que cuenten con treinta años de aportes al sistema de previsión social.
Hacia el año 2012, fecha en que comenzó la campaña de
sugestión colectiva pagada e impulsada por el poder real -cuya herramienta
fundamental fue el macrismo- un varón jubilado bajo esos parámetros había
nacido antes de 1948; y una mujer, antes de 1953. Eran a su vez fruto de una
generación que había llegado al mundo, al menos, en la década de 1920; y de
abuelos que habían visto iniciar el siglo XX.
Este detalle importa aceptar un primer contexto: el Jubilado
Honesto es hijo de una entremezcla que había pasado del orden conservador a la
democracia yrigoyenista; de ésta al radicalismo de derecha de Alvear; de éste,
al último intento adormecido de Hipólito y de allí a la Ley Marcial de Uriburu
y la fraudulenta Década Infame, disputada en 1943 por el golpe de Estado cuyo
fracaso condujo al peronismo, momento en que más o menos nació el jubilado
captado durante la Segunda Presidencia de Cristina Fernández por la influencia
televisiva y radial opositora.
Del Justicialismo –repudiado por la clase media por
evidenciarle sin discusión su carácter de obrera- el hoy Jubilado Honesto fue
llevado a vivir un régimen autoritario, militarizado, censor y genocida, tan
cruel y tan circense que hasta prohibió por decreto de facto la pronunciación de las palabras “Perón”, “peronismo” y
afines, como así también toda referencia al “régimen depuesto”. Cuatro años más
tarde, Arturo Frondizi asumió con el voto de los peronistas y habiendo pactado
con el General –en el exilio- que continuaría su obra. Frondizi traicionó ese
pacto; no obstante, fue depuesto por otra insurrección en 1962, luego de casi
cuarenta conatos de sedición. José María Guido, simplemente, se cruzó unas
cuadras desde el Congreso hasta el Palacio de Tribunales y juró como presidente
de la Nación.
En 1963, otra vez el orden institucional floreció de la mano
de Arturo Illia, quien, debe decirse, había asumido un rol de espera de
acontecimientos durante la llamada “Revolución Libertadora”. A pesar de su
templanza y rectitud en el poder, fue depuesto en 1966 por la “Revolución
Argentina”, que se desarrolló hasta 1973 y que tuvo tres presidentes
simultáneamente descabezados por fragmentaciones ideológicas y disputas de
poder dentro del mismo espacio “revolucionario”.
En el 73, la política y la cultura argentinas volvieron a
dar un giro demoledor: regresó el peronismo. De un día al otro la cosa tomó el
camino contrario: el régimen militar entregó el cetro a Héctor Cámpora, quien,
en cabal ejercicio de la lealtad, convocó a nuevas elecciones para que la
fórmula Juan Perón – María Estela Martínez de Perón se llevara más del 60 % de
los sufragios. El país volvía a ser peronista; y, dados tales guarismos, más
peronista que nunca jamás.
Juan Domingo sobrevivió poco menos de nueve meses a su
asunción. María Estela Martínez, su vicepresidenta, quedó al mando. A pesar del
guiño popular a la candidatura, rápidamente el empeoramiento de las condiciones
económicas, las presiones norteamericanas –consecuencia del plan de “contención
de la expansión comunista” en Latinoamérica a través de la imposición de
gobiernos militares- y las disputas de poder dentro del mismo peronismo, sumadas
a la notoria inhabilidad de la viuda para la cuestión pública, degradaron el
crédito del nuevo gobierno.
Por entonces, acuñado ya el concepto de “subversión”, el
propio Estado había declarado “ilegal y terrorista” a la organización
Montoneros y a otros grupos, que pasaron a la clandestinidad. Además, les había
comenzado a dirigir acciones de… terrorismo de Estado. La crisis económica se
disparó con el descolocado Rodrigazo
de 1975, que generó una inflación sólo comparable con la de la Alemania
pre-nazi. En alguna Historia de la Clase
Media Argentina se destaca el testimonio de alguien que cuenta haber
escuchado: “Cualquier cosa, con tal de
que se vaya esa hija de puta”.
Pues la fantasía se cumplió. El 24 de marzo de 1976, una
facción militar insurrecta derrocó a la mandataria constitucional. Todos los
conceptos de librepensamiento democrático fueron depuestos a favor de la
entronización de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que impuso la obligación
de seguir los principios del estilo Occidental y Cristiano, la inmovilidad
ciudadana y la obturación blindada del principio de inocencia. Censura,
violencia institucional, abusos policiales, acciones paramilitares y
parapoliciales sobre la población civil y entrega del patrimonio nacional al
capital extranjero, enmascarados bajo la carátula de la simbología patria y el
ideal del Ser Nacional, fueron los elementos-fuerza del nuevo estado de cosas
dominante.
En aquel marco, el aparato propagandístico descerrajado
contra el criterio de una clase media en vías de detonación intelectual fue,
del mismo modo, feroz. Un denodado trabajo de carpintería sobre el machimbre
desgastado de cada azotea no impidió, sin embargo, que la clase media continuara
su derrotero tradicional de hipocresía: la frase que caracterizó la conducta de
esos estratos fue “Algo habrán hecho”,
moción de cobardía que se expresaba al tomar conocimiento de secuestros
clandestinos, desaparición de personas o abatimientos ilegales ocurridos a
vecinos, a conocidos, o a cualquiera.
Ya avanzada esta etapa, Leopoldo Fortunato Galtieri, uno de
los presidentes nombrados por el Proceso de Reorganización Nacional –tal el
nombre del tumulto conspirativo- llevó a la población a condiciones de pobreza
y de represión intolerables. Su impopularidad –alentada por su tendencia al
consumo de alcohol- fue tal que el día 30 de marzo de 1982 se organizó una
marcha a Plaza de Mayo, a pesar de encontrarse prohibido el derecho de reunión.
El “pueblo”, primero secretamente, y ahora en forma explícita, lo repudiaba.
Sin embargo, tres días después, Galtieri anunció la
recuperación de las Islas Malvinas. La maraña daría un nuevo vuelco: en la
misma semana, muchos de los que habían sido apaleados en la concentración del
30, vivaban ahora la Gesta. La guerra terminó en una derrota rotunda y todos
–los militares también- entendieron que el Proceso había llegado a su fin.
Comenzó a desandarse el regreso, otra vez, hacia todo lo contrario: la
Democracia.
Así que Raúl Alfonsín –quizás porque uno de los candidatos
del peronismo quemó un ataúd con la inscripción “UCR” en un acto público- ocupó
el 10 de diciembre de 1983 la Primera Magistratura y condujo a la Nación a la
senda de la institucionalidad y el respeto por los Derechos Humanos. Su aceptación
fue día a día en enorme alza…
…hasta que las políticas verdaderamente republicanas
comenzaron a entrar en colisión con los intereses de los grandes capitales y
con el orden que tocaba a la Argentina en la división internacional del
trabajo, según lo habían decidido las potencias de posguerra. Es claro que la
clase media desconocía las causas, así que vivió como sólo sufrimiento las
consecuencias de la inflación previa a la creación del Austral y su fracaso, y
de la hiperinflación salvaje ocasionada por el golpe de mercado propinado a don
Raúl en 1989. La clase media hoy jubilada, que rondaba por entonces los 40
años, consideró favorablemente la renuncia del Padre de la Democracia y su
reemplazo, algunos meses antes de lo que establecía la Constitución Nacional,
por un régimen que instalaría el neoliberalismo a lo largo de una década.
Las profundidades del pensamiento democrático, el ejercicio
de la memoria, las demandas de Justicia, la acentuación de los conceptos de
patria y legalidad, la necesidad de formarse para crecer y hacer crecer al país
en un marco de normalidad institucional y virtud pública, fueron rápidamente
dejados de lado.
Durante los años 90 se impuso el modelo de funcionamiento
empresarial del Estado –que suponía la invalidación de toda actividad pública
que generara déficit, como la salud, la educación, la asistencia social o
incluso la política-, el desguace de lo público y soberano –que importó la
concesión a capitales privados de las empresas que garantizaban la satisfacción
de necesidades esenciales- y una nueva concepción del progreso fundado no en el
esfuerzo colectivo, como con toda sabiduría proponía Alfonsín, sino en el
mérito personal.
La clase media, durante ese período, vivió una primavera de
consumo que la llevó a conocer mecas de expansión como Florianópolis –cuyo
paraje de Canasvieiras, que carecía de desagües cloacales, fue conocido como la
Playa de los Argentinos- e incluso algún destino caribeño. La propaganda se
centró en la exaltación de las decisiones individuales como motor del progreso:
el boom editorial por excelencia fue
el género auto-ayuda. Paralelamente,
un proceso de captación del ingreso por parte de las empresas –que aprovecharon
durante toda la década la paridad 1 a 1 entre peso y dólar- permitió que los
sectores medios renovaran su vajilla e incorporaran electrodomésticos a
crédito, al ritmo de la incipiente revolución tecnológica y en sintonía con lo
que creían que era “el mundo”. No hubo más patria: la filosofía del mediopelo
mutó a ser sublimada por otra frase que aún hoy muchos llevan como mascarón de
proa de sus barcazas de inmigración: Vivir el presente.
Ya dominada por los medios hegemónicos de comunicación –el
Grupo Clarín se constituyó en 1999- la clase media fue digitada para “votar un
cambio”, como en aquel momento se adjetivó al proyecto de Fernando de la Rúa.
Quienes rayaban los 50 años, eligieron al radical, en contra del modelo
“peronista” que los había gobernado desde 1989. Todo volvería a ser, otra vez, otra cosa.
De la Rúa no pudo sostener el timón de su pretendida
reforma, y terminó contratando al mismo ministro de Economía que había
criticado durante su campaña. El resultado: la crisis más enorme vivida por
país alguno en el mundo, a salvo las Guerras Mundiales y el Crack de 1929.
Impulsada a la movilización por los medios hegemónicos, la clase media salió a
las calles a derrocar al mismo presidente que había elegido dos años antes,
sobre todo enojada porque los bancos se negaban, por resolución ministerial, a entregarles
el dinero de sus cuentas. La consigna que por entonces los enardecía era un
apotegma de inmadurez rabiosa y adolescente: “Que se vayan todos”.
De la Rúa renunció dejando un tendal de miseria. La Asamblea
Legislativa fue nombrando, a medida que renunciaban, algunos presidentes
interinos. Nuevamente volvía a interrumpirse el orden institucional, y
nuevamente marchábamos hacia todo lo contrario. Eduardo Duhalde, que había
PERDIDO las elecciones en 1999 contra Fernando De la Rúa, se hizo cargo del Poder
Ejecutivo el 2 de enero de 2002: convocó a elecciones al año siguiente.
En 2003, a pesar de la consigna de 2001, la clase media
volvió a votar a los mismos protagonistas que ocupaban cargos de poder antes de
la renuncia de De la Rúa. A fuerza de verdad, el presidente que ganó aquella
elección era el que había realmente ocasionado la debacle; pero ante la
inminencia de perder el balotaje, se retiró. Nadie había votado pensando en la
normalización institucional, sino en la esperanza de un rebrote económico.
Néstor Carlos Kirchner asumió la Presidencia de la Nación en
2003, con picos de aceptación que superaron el 80 %. Inició una verdadera
política de corte nacional y popular. Los chacareros ricos de la oligarquía,
alentados por la suba internacional del precio de los cultivos, multiplicaron
sus fortunas. La clase media se vio beneficiada con la recepción real del fruto
de su trabajo en una economía que, gracias a la acción de un Estado presente,
crecía cada vez más. En 2007, la clase media, que no se había recuperado del
todo, votó el seguimiento del proyecto en la esposa de Néstor, Cristina
Fernández.
Los medios internacionales hablaban de un “Milagro
Argentino”: de la miseria generalizada, la Nación había pasado a un sendero de
prosperidad y distribución más equitativa de la riqueza. Cristina Fernández fue
reelecta en 2011, con el 54 % de los votos.
Pero, al igual que en 1955, los sectores del poder real –a
quienes las administraciones kirchneristas habían sometido al cumplimiento de normas
emanadas de la implementación de aquella política Nac & Pop- advirtieron
que por medios puramente democráticos no volverían a detentar el poder formal.
Entonces, despejada toda posibilidad de recurrir a la herramienta militar –en
especial, porque en esta etapa del capitalismo los proyectos holísticos atentaban
contra el mercado- echaron mano de las estrategias de manipulación propias de
las relaciones de consumo, y pusieron en marcha una de las campañas de
sugestión emocional más fenomenales de los últimos tiempos.
El resultado: quienes habían vivido tantas frustraciones
alcanzaron, por el solo hecho publicitario psico-neuronalmente diagramado y
desenvuelto, la certeza de que el prolongado “verano kirchnerista” había sido
otra “fiesta” que se debía volver a pagar, por exclusiva culpa de quienes la
habían generado, a saber, los Kirchner y su entorno.
2.- EL MONSTRUO ¿IRREPROCHABLE?:
Derivación y cuarto lateral de esas convulsiones febriles
que propinó la historia argentina a sus administrados es “el Jubilado Honesto”.
Ilusionado a través de las décadas, defraudado, más o menos patrimonializado y
luego esquilmado, su único capital permanente es, precisamente, su
autopercepción de honestidad.
Parece lógico, también, que conceptos centrales como el de “justicia
social” sean, para él, detonantes de un “desorden” que no hay una sola vez que
no le traiga “desgracias”, traducidas en pérdidas hiperinflacionarias “a la
larga” y en necesidades de reconstruirse a partir de contraejemplos muertos,
revividos y que volverán a aniquilarse.
Cualquier apelación a la franqueza impone aceptar que el
escenario exige demasiada fortaleza para no degenerar. Los daños irreversibles
que ese zarandeo histórico letal es capaz objetivamente de provocar sólo pueden
ser enfrentados sin costo de lucidez a partir de una estructura psíquica
siderúrgica, una preparación cultural impar que facilite tanto los canales del
entendimiento como la predicción razonable de lo futuro, y una cierta capacidad
de satisfacción de propias necesidades que diluya las eventualidades desesperadas
de interpelar al sistema para sobrevivir. Condiciones, estados y objetivos que
sólo excepcionalmente el mediopelo cumple -ni joven ni viejo- y mucho menos
reunidos.
Así puesto en rieles, el Jubilado Honesto agradece y
mitifica la rigidez brutal de sus padres, moldeado en lo que dogmáticamente
cree una manera correcta de hacer las
cosas, atrapado en el egoísmo, la singularidad y el exterminio del placer. Dispensa
también aplausos y adhesiones a los desvaríos extralimitados de las
instituciones encargadas de “mantener el orden”, lo que asegura aventar todo
riesgo de fracasos fundados en la vigencia de los derechos fundamentales. ¿Por
qué no habría de abrazar al macrismo, que le asegura la puesta en marcha de esa
dinámica de fuerza contra fuerza?
¿Cómo exigirle virtud pública, si quiere creer, por todo lo
que le pasó y sin otra enciclopedia que la de sus errores de inmigración, que
la democracia fue el virus de su enfermedad?
¿Cómo enseñarle que los derechos no son formas del
libertinaje, si cada vez que los ejerció terminó castigado?
¿Cómo asegurarle que el reconocimiento de la dignidad no
terminará en el terror y en la miseria actual o inminente?
¿A santo de qué, entonces, pedirle a esa miríada de indignados de la tercera edad que critique a un gobierno que le recortó
obscenamente el valor de cambio de sus haberes, que le hizo pagar los
medicamentos bajo pena de morirse, que para cubrir su salud y su alimentación
la obligó a tomar créditos a tasas usurarias impuestas por el mismo Estado, que
despidió personal médico de los establecimientos públicos, que desfinanció la
ANSeS y que vendió a precio vil los activos del Fondo de Garantía de
Sustentabilidad, genial creación que aseguraba el pago de toda jubilación y
pensión aun en tiempos de depresión económica?
¿De verdad nos parece que su razón se iluminará si le
explicamos que la fórmula de actualización de sus ingresos era más beneficiosa
con la “Ley de Cristina” que con la “Reforma Previsional” de Macri?
Si apoyó esa Reforma porque “Prefiero ganar un poco menos, antes que seguir manteniendo vagos”, ¿qué
hace el Hombre Mortero queriendo defender a… quién?
Todo el sector de jubilados perdió con Macri el 50 % de su
capacidad de compra de medicamentos. No sólo porque la jubilación mínima pasó
de más de 400 dólares en 2015 a poco menos de 220 en diciembre de 2019; a la
par, el aumento promedio de los productos farmacéuticos en los cuatro años fue
del 455 %. Bien: ¿qué hacer con quien, desde su frustración con los mecanismos
de la democracia y a partir de sus condicionamientos culturales, se ha
convencido de que “si me alcanza para
comprar, compro; y si no, no compro, como debe ser”?
Más derechos es, en esta visión, más problemas. A nivel
“macro”, más derechos para todos es aumentar la posibilidad de más problemas
para esos todos; y a la vez multiplicar sideralmente la posibilidad de más problemas
para mí.
Por eso, pues, porque GARANTIZABA la pérdida de lo que no se
volvería a perder (ya que no se volvería a ganar), la intención de voto a
Mauricio Macri entre personas mayores de 65 años fue, según las encuestas de
2019, cercana e incluso mayor al 50 %. Las “Marchas del Millón” convocadas por
el macrismo luego de la derrota de agosto arrearon a decenas de miles de
jubilados, en “lucha por la República” y con consignas de apoyo a un exterminio
que, paradójicamente, los incluiría.
3.- LA CONTRAPARTIDA:
Al Jubilado Honesto de Televisor se opone una loable franja
de trabajadores pasivos que ha presentado batalla durante los cuatro años del
macrismo. Muchos, en este período, y a pesar de las soledades de la vejez, han
preferido perder amigos, relaciones e incluso parientes, incapaces de diálogo en
un marco de sociedad fragmentada por el bombardeo mercadotécnico impulsado por
el poder real.
Trabajadores pasivos cuya dignidad los llevaba a vencer las
barreras del prejuicio, y a levantar consignas de derribo de un sistema insano
apoyado por patologizados y actuado por perversos. Jubilados que, en pleno
embobamiento de sus congéneres con el orden obsceno que desplegaron los
hacedores de la miseria, se enfrentaron al “qué dirán” y restaron horas de su
justo descanso para alzar la bandera de la lucha virtuosa por los altos ideales
que demanda la Justicia Social.
Esa lucha y esos luchadores nos honran, porque han actuado
en inferioridad de fuerzas contra un orden monumental y despiadado, sin
seguridades de victoria, pero a sabiendas de que sus eventuales triunfos
beneficiarían incluso a quienes los desprecian.
Esa lucha y esos luchadores son, a no dudarlo, formas de la
dignidad, emergencias del verdadero amor, ejemplos superiores del dar la vida
por una sociedad más justa, que es, en definitiva, el ejercicio de la elevada
misión de dar la vida por el otro.
4.- FINALE:
El personaje que compró la autopercepción de “honestidad” en
las radiotelevisaciones macristas, carente de vergüenza social, desprovisto de
solidaridad, hablador infundado, estigmatizador consuetudinario y propiciador
de las más criminales y absurdas tiranías, genuflexo ante los poderes más
inmorales y organizador de vituperios contra una democracia que lo ha excedido
en posibilidades, debe rendir tributo de vergüenza ante quienes se abstienen de
publicitar su real honestidad y la detentan y ejercen sin más prédica que sus
actos.
En carácter de cómplice digitado por los ideólogos del plan
de perversión patologizante más importante desde el regreso de la Democracia,
integra este Prontuario el Jubilado Falsamente Honesto aplaudidor del
exterminio de sus iguales, chillador de panza llena, tirano sin contexto, egoísta
estructural, mentor de lo malo, bufón de su propia trascendencia.